dentro de mi pecho, ahogando cualquier pensamiento racional. Mis ojos se fijaron en el centro de la mesa, en
ue sorprendió a todos, incluyéndome a
a l
rramando su relleno y su jugo, antes de estrella
jamente, congelados en un estado de absoluta incredulidad. Mi madre tenía la boca
el sonido de mi propia res
nado. La bestia den
celana fina, los que la abuela le había regalado a mamá y que solo se usaban en Nochebuena, volaron por los aires y se hicieron añicos contra l
¡PUM!
ordecedor, caóti
a por el shock y la furia. "¿¡Qué demo
añas, cruda y llena de dolor. "¡ESTOY HARTA! ¡HARTA DE SER
. La mesa entera se inclinó y se estrelló contra el suelo con un estruendo atronador, arrastrando consigo todo lo que quedaba sob
ión de la cena perfecta, y no sentí ni una pizca de arrepentimiento. Solo sentí una liberación inmensa, una catarsis que había tardado c
. Su rostro, antes lleno de autoridad, ahor
os! ¡Las casas, el dinero! ¿Y para mí? ¿¡Para tu única hija!?
argadas de años de resentimiento, de humillacio
a vez que Miguel se endeudaba, ahí estabas tú para rescatarlo. ¿Y a mí? A mí me llamabas para que viniera a cuidar
a un odio honesto. Era el resultado de mil pequeñas traiciones, de un favoriti
monumento a mi rebelión. Y por prime