l "incidente". La realidad era que me tenía bajo arresto domiciliario. Dos guardias de seguridad, hombres corpulentos con rostros inexpresivos que respondían solo ante él, es
ualquier papel que me pusiera delante sin hacer preguntas. Estaba preparando los documentos legales para transferirle los últimos vesti
razo. El apartamento se llenaba a menudo con los ecos de su risa y la de sus amigos, mientras yo estaba confinada en mi habitación. Las sirvientas, leales a do
ronto como la otra firme los papeles", escuché decir
e que él la quiere. Don Emilio y el joven Rica
da traición. Pensaba en mi padre, en su rostro lleno de orgullo cuando me gradué, en la forma en que sus ojos brillaban cuando hablábamos de arquitectura. Ell
eria fue el punto de quiebre. La música vibraba a través de las paredes, las risas y los brindis eran una tortura. D
n. No iba a ser su víctima. No i
apoderó del apartamento. Sabía que los guardias cambiaban de turno a las 4 a.m. Había una venta
mpara rota, había logrado forzar la cerradura de una ventana de servicio en la parte trasera del
icé fuera de mi habitación, moviéndome con el sigilo de un fantasma. El corazón me latía con fuerza en el pecho. Llegu
a la escalera de incendios, el metal helado y oxidado crujiendo ba
mi venganza sin que me buscaran. Carmen, mi mejor amiga periodista, era la única persona en el mundo en la que podía confiar. Le había envia
la Novia", un lugar famoso por su belleza y por los suicidios que allí ocurrían. Dejé el coche al borde del precipicio, con las puertas abiertas
rompían con furia contra las rocas. Por un instante, la idea de saltar de verdad, de acabar con todo el dolor
y casi invisible que solo los locales conocían. Carmen me había hablado de él. La bajada fue una tor
ba exhausta y temblando, pero viva. Y libre. El dolor físico no era nada compara
borde del acantilado donde h
me has destruido. Pero esto no es un final. Es el principio. Y cuando
La primera pieza de mi nuevo plan. La arquitecta Luna Rojas había muerto esa noc