del acuerdo de disolución que firmó ha
a mesa. La palabra "disolución" era fría, un término
tillo, mi esposo, sonreía a la cámara, pero sus ojos estaban distantes
mo, un empresario de Buenos-Aires que buscaba entrar en el mercado de vinos de lujo, me hizo una propuesta. Él
es. "Su nombre es Valeria. Mi familia nunca la aceptará. Este matrimonio es un nego
de él desde que lo conocí en una feria de vinos, muc
do esa noche. Olía a vino caro
unté mientras en
el suelo y se aflojó la corbata. Era
erví su cena, los platos porteños que aprendí a cocinar para
rtadores en Buenos Aires", dijo de repente
voz baja. "Para esa fech
Luego, su expresión se endureció.
é que he estado pasand
eso", inten
esto. Teníamo
ro él había olvidado la parte más i
, después de su confesión. La firma del acuerdo, mi m
ría los bares, llamaba a sus contactos, su desesperación llenaba la casa. Yo lo observ
ente borracho. Tropezó al e
, confundiéndome con
una y otra vez mientras me tocaba. A la mañana siguiente, vio las s
, creé un hogar para él. Con el tiempo, él pareció acostumbrarse. Dejó de hablar del divorcio. Me traía
ra que Máximo cancelara reuniones importantes y corriera a su lado. Lo veía desde la ventana, su coch
fono sonó. Era ella. Su ros
su voz llena de una preocup
eléfono. Máximo se levantó de un
o que
erta. El dolor fue agudo, pero no tanto como el de mi corazón. Lo vi corr
ó una hora desp
ca Privada de M
acio para preguntas. Conduje h
unidad de cirugía. Estaba abrazando a
asó?",
fija en la puerta del quirófano. "Nece
edé h
", continuó. "Voy
cer un sacrificio enorme, no por mí, no por nu
nto", dijo, como si fuera un trámite más. "Como mi
e una bofetada. Era solo un título legal, un
mé los papeles. Cada trazo de mi nombre en ese doc
s papeles y m
", me
fue mío. Mientras caminaba hacia mi coche, mi teléfono sonó de nuevo. Era él. Lo dejé sonar. L