icardo llegó, el lodo de la tormenta salpicaba los costados de su
enía
no era una mujer cualquiera, no era una de las muchachas de
er era d
la cocina, donde estaba terminan
nosa, observando cómo Don Ricardo bajaba primero, con
ontrolara del todo sus propios movimientos, su cuerpo era delg
go, le caía sobre la cara
chacha inútil!" gritó Don
a, siempre me gritaba así, com
en el delantal y sa
rriga y su cara roja, sosteni
a con la c
delante. "Ella se quedará aquí. Es... una par
ue sentí ganas de reírme,
a que la que había comprado con su dinero, y su única obsesión e
a un artefacto ancestral, un hueso humano que le traía prosperidad, que le
ra el hombre más ric
o del pasillo" , ordenó. "Y tráele a
la mujer levantó la c
ver su
zón se
ojos de
ro yo siempre supe que había algo más, algo oscuro en la forma en que Don Ricardo, mi padrastro, s
, como supe después, por la sabiduría ancestral que ella poseía, conocimientos de la
abiduría era la cl
a sus ojos me miraba con u
lo, pero el parecido era tan
, un trofeo, un amuleto. Sus ojos brillaban con una codicia pura, sin disimulo. La recorría con la vista, det
que a veces me dirigía a mí, una mirada que me hacía s
o, un cuarto pequeño y sin
palabra en todo el cam
ma, que apenas er
re?" le pregu
n la cabeza lenta
esta extraña que se parecía tanto a mi madre
aneara hacerle, porque sabía que na
ento en la puer
l, con la mirada fija en el suelo, como una
ntí miedo, un miedo profundo y real,
aba a punto de su
a en mis