ndo de su aparente derrota. Su sonrisa e
ó la lengua?", se burló. "Pensé que los
, las risas apenas disimuladas. Se sentía como un anim
obviamente un nuevo ri
ta, asegurándose de que Alejandro lo escuchara. "Si quiere dinero, que s
ofía resonó
no creo que ni para eso si
ndro, su expresión cambiando
ntos pesos. "Te daré una oportunidad. Arrodíllate. Arrodíllate aquí, frente a todos, y pídeme perdón por haberme
definitiva. Quería verlo de rodillas, suplicando.
re el grupo. Todos e
inalmente explotó. En un movimiento rápido e instintivo, se abalanzó ha
rdaespaldas de Miguel, lo sujetaron por los brazos, inmovilizándolo. Lo
gritó, luchan
. Se arregló el vestido con
mpre tan impulsivo
ajustándose el n
a. Está arruina
pánico. Lo iban a echar. Su ú
llena de desesperación. "
eron, mirando a Sofía y Migu
n, Alejandro metió la mano en el bolsillo interior de su c
descansaba una sola cuchara de plata, ennegrecida po
a voz firme. "Perteneció al chef personal del Virrey de la Nueva España. Ha e
madre le había dado, un símbolo de su legado culin
a cuchara co
a? No creo que valg
cía de antigüedades. Tomó la cuchara con cuidado, examinando las
ieza extremadamente rara. Sí, su valor estimado en una s
sorpresa reco
tió un atisbo
ganar tan fácilmente. Sacó s
irreinato... ¿La conoces? Ah, sí, esa. Me dices que su procedencia es dudosa y que hay muchas falsi
y sonrió dulcement
ades coloniales de París. Y resulta que es su primo. Dice que esta pieza es, en el mejo
r a su influyente primo y a una clienta tan im
dice...", balbuceó, devolviéndole la
se hizo cenizas. Cien mil
ego, con una decisión que le dolió en lo más profundo, se
ompleto forjado a mano en Japón, cada uno una obra de arte. Eran una extensión de sus ma
hillos. Acero de Damasco, mangos de abedul. Forjados por el maestro Ta
. Reconocieron la calidad, el valor no solo monetario
salir de la incómoda situ
suficiente. Señor Alejandr
espaldas l
esión. Se puso de pie, erguido, y miró a Sofía directament
acababa d
estaba por comenzar, y su gesto de "tian deng" estaba a punto de