teléfono de nuevo, sus manos ya no temblaban. Estaba más allá
a con una mezcla de esperanza y pánico. Nec
jandro con una risa burlon
amada se conectó. La voz de Ricardo, cálida y
s bien? Vi tus llamada
de los labios de Sofía. "Ricard
tás?", su tono se vol
ovias 'Le Rêve'. Por
allá. No t
eña sonrisa de triunfo en sus labios. La cara de Alejandro era un poema,
ardo no llegaba. La confianza de Sofía empezó a flaquear. El esceptici
prometido?",
de perder toda esperanza, su tel
la avenida principal, un choque múltiple. Todo el tráfi
ndo cómo se le rompía el corazón. "Está todo
. Te lo compensaré. ¿Nos
veo en
rotada. El destino par
Un accidente. Qué excusa tan convenient
brazo. "Ya he tenido suficiente
miradas de los curiosos. La metió en su coche y le dio una orden al chófer.
quí?", preguntó
o que veas con tus propios ojos lo feliz que soy con Camila, lo poco que me importas. Qu
des. La humillación era insoportable. La estaba
ó a salir. La hizo sentarse en una mesa apartada, sola, mientras él se pavoneaba con Camila, besándola, abrazándola, haciéndole carantoñas delante de todo el
s, Alejandro la tratab
ráeme una
Camila se quedó en e
dose su orgullo, contando las hor
llo. Sofía, que amaba los caballos, se ne
n a ir. T
ipal, cabalgando lentamente por un sendero. De repente, una serpiente de cascabel se c
tó, a punt
a su caballo y se interpuso, calmando al animal de Cami
quilibró y la lanzó de la silla de montar. Cayó al suelo con fuerza, su brazo se dobló en un ángul
ba completamente concentrado en Cam
ciste daño?", le preguntaba,
se quejó Camila, mostra
e el suelo, el dolor era insop
pero su expresión no era de
Seguro que no es nada. Siempre ex
una enfermera le curara el "terrible" rasguño en la rodill
a. La enfermera confirmó sus temores: tenía el cúbito y el radio fracturados. Le i
uz del atardecer entraba por la ventana, pintando la habitación de tonos anaranj
era entró
aba la presión. "No se ha separado de ella ni un segundo. Hasta pidió que le trajeran
smo hospital, pero cuidando a la mujer que apenas se había hecho un rasgu
esperaba en la entrada del hospital, los vio. Alejandro salía empujando una silla de ruedas en la que iba
un instante. En sus ojos no había culpa, ni arrepentimiento. Solo
resistiendo, finalmente se rompió. El último vestigio de esp