y las cortinas pesadas. Mía estaba sentada en el borde de la cama, sosteniendo en sus manos un vaso casi lleno de whis
aplasta cualquier atisbo de orgullo, Lara le había dejado instrucciones claras: "No tendrás que tener int
udar. Pero ahora, mientras observaba a Héctor servirse otro trago con un
sorbo. El alcohol le corría por la garganta, pero él no mostraba señale
con una sonrisa ladeada, mirando el vaso en
nque sabía que aquella mentira se vol
bajar la guardia, sus palabras se volvían más relajadas y su cuerpo, menos rígido. P
funcionando, que pronto él estaría
r abrió los ojos de repente, y una
n voz profunda, casi un su
allado. Él estaba despierto, y esa pequeña griet
ier indicio de verdad o mentira. El silencio
, Mía? -insistió con
esto de incomodidad. Se llevó una mano
a... -dijo con voz tembloro
o. Cerró la puerta tras de sí con un golpe seco, apoyándose contra la madera fría mien
irse, que esa noche terminara sin más preguntas, sin más verdades desveladas. Pero el miedo la at
. Su respiración era rápida, entrecortada, como si intentara expulsar un peso invisible que le oprimía el pecho. Cada segun
tación. Unos minutos más tarde, sus pasos se apagaron lentamente, como si se hubiese rendido y regresad
lejaba era una extraña: ojos cansados, boca tensa, piel pálida. Aquella máscara que
rmitirse una falla, no ahora que la verdad se acercaba como una sombra im
onde Héctor dormía plácidamente, su rostro relajado, vulnerable. Por un instante, Mía des
imposible. La noche a
rse en el borde de la cama, aún temblorosa. Miró de reojo a Héctor: su respiración era
s que Lara le había susurrado días atrás, jus
miento del hotel. Solo debes aguantar has
desgastado hasta el hueso. Mía se levantó con cuidado para no hacer ruido. Cada crujido
levaba lo justo: ropa sencilla, algo de maquillaje para borrar los rastros de Lara de su rostro y un peq
a su lado. Durante un instante, sintió una punzada de culpa, casi un deseo de inc
a: el velo, el perfume caro, la prótesis ligera que moldea
ban a romper la negrura de la noche. Pronto la ciudad desp
vez el anillo que todavía llevaba puesto. Lo deslizó con cuidado de su
-repitió en su me
scensor era un latido atronador en sus sienes. Afuera, en el estaci
o de terminar. O quizá,