enas dejaban pasar la luz de la tarde, creando un juego de sombras que se deslizaban por las paredes tapizadas. El silencio era un
n frente al ventanal, observando sus dedos tamborileando nerviosos sobre el reposabrazos de cuero. Afuera, la ciudad vibraba con
bolo de un pacto sellado con secretos y miedo. Cada vez que lo miraba, sentía una punzada de culpa y ans
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gaba a apagarse. No quería rendirse, no quería esconderse detrás de una m
buscaban en los de Mía una chispa de esperanza-. Solo dos días. La b
decisión. No era solo un trabajo, era la última c
ien -susurró
iaba cada segundo de esa
alido a atender una llamada urgente, uno de esos malos hábitos que tenía desde siempre y que a Lara le hacía hervir la sangre. Él no podía desconectarse d
manos contra el vidrio frío y miró la ciudad que se extendía hasta el horizonte, un mar de luces y sombras.
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que Héctor la miró con ojos que ya no la veían, o el día en que recibió el ultimátum, u
a, confía en mí", había dicho la voz al o
lquiera; era su último recurso, la única s
zaba a ceder con el calor y el sudor, y cada movimiento la hacía consciente del peligro latente. Era
erminaba y su piel real comenzaba. El roce áspero le provocó un e
nzaba a sus ojos. Se movía con la seguridad de quien domina el mundo, pe
ero la frase sonó más como una pru
ntió. -Perfectamente. Solo
istió. Se acercó, apoyó una mano firm
oy la perfecció
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primera vez en meses. No por miedo, sino por rabia,
o -susurró, con la voz rota, mientra
ión. -Te lo prometo. No dejaré que esta me
cio sería alto y que las her
olgaba de la pared. La mujer que reflejaba no era ella, ni tampoco Lara. Era un
l más mínimo desliz para atacar. Y mientras la ciudad seguía su curso indiferente, la m