as de cristal del hotel. Mía caminó con pasos rápidos, sosteniendo con fuerza la
tos de huéspedes madrugadores y la tenue luz anaranjada de l
creta. Abrió el maletero y, con movimientos automáticos, guardó la maleta, asegurándose de
gar- al lado de Héctor, y Mía podría desaparecer como un fantasma. No había querido saber mucho d
encajaba. Encendió su celular y revisó, por quinta vez, la última conversaci
Y nada. Ni un mensaje nuev
elados: "¿Dónde estás?
lencio era un zumbido in
avemente con la brisa, apenas sujeta por uno de los limpiaparabrisas. Mía sintió que el cor
zo era claramente de Lara
Mañana sí, nos vemos aquí. Sube a la habitación y trata de que él no
lo uno, decía Lara. Pero Mía sabía que cada minuto extra era un rie
de la nada. Nada. Solo la bruma, el frío y el ru
-romper el pacto- o volver a subir esas escaleras y enfrenta
regado solo una parte del dinero, suficiente para comprar su silencio y asegurar que no abandonaría a mitad de camino. El resto -la suma más grande, la
ba desde hacía años, de dejar atrás las promesas vacías y el miedo constante. Por eso no podía fallar ahora. Porque si fal
etía como un rezo. Y luego,
erró el maletero con un golpe seco y, mientras caminaba de regreso hacia la entrada del hote
l a través de la tela de sus jea
u bolsillo trasero, era un peso que la mantenía atada a esa mentira que ya empezaba a dev
o de nuevo en la cama y todo sigue igual. Si
a la recepción porque me sentía mareada... No podía dormir..." Cada explicación era más
a para caminar rápido hasta la habitación, rezando por encontrar la puerta aún
Erguido. Despierto. Alerta. Vestía unos pantalones de lino y una camisa abierta a medio abotonar, como si hubiese
sin rodeos, clavándole esos
a garganta. Tragó saliva, intentando que su voz no temblara. Tenía que reacc
e había ensayado frente al espejo tanta
para despejarme. -Su voz sonó extraña, i
la esquina arrugada de la nota. Mía sintió que todo giraba a su alred
, repitiendo mentalmente las pa
observaba le hizo darse cuenta de que