da paso hacia el altar era un paso más lejos de su propia vida. Sintió un cosquilleo en la nuca, justo do
iciente para estrecharle el rostro, alargarle la barbilla y dibujar la sombra exacta bajo los pómulos, igual que Lara. C
falso, si él la besaba demasiado c
rte que le dio náuseas. Tragó saliva. Miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero: u
la asistente de Lara, inclinándose sobre su hombro-. Alti
mal disimuladas. Detrás de ellas, dos maquillistas revisaban cada línea de sombra,
eres Lara. Fuiste a la escuela de ballet en París. Te rompiste el tobillo a lo
ueltas, no solo por el peso de la
mes muy dulces -recitó, c
onrió, sa
ñar a todos durante dos días. Luego te va
eudas médicas de su hermano. El cheque que compra
l salón se abrieron c
alfombra blanca -no roja, blanca como una lápida recién pulida-
contenida en sus hombros anchos. Sus ojos oscuros -más oscuros que en las fotos de revista- la
no lo haría. Alzó el mentón un par de milímetros. Forzó una sonrisa
icos, empresarios. Caras sonrientes, bocas murmurando felicitaciones, ojos brillantes de curiosidad y envidia. Nadie
vitados, hizo un leve gesto
. Sintió el roce húmedo de una gota de sudor bajándole por
la mano. Mía colocó la suya sobre la de él: firme, fría, como el mármol. Por un segundo, su pulgar rozó la piel bajo e
ave, metálica. Casi á
o era una pregunta, ni un rep
atiempo -respondió, modulando la voz con precisión q
su mirada, algo se endureció. Sabe que algo
a se apagó. Un murmullo expectan
allaron. Mía sintió cada deste
alazar, te
a se mezclaba con la imagen de su hermano en la camilla del hospit
muñeca. Un toque fugaz, casi accidental, pero Mía sintió la presión de su mi
ltitud felicitarla. Cada beso en la mejilla era un alfiler que la mantenía despierta. Cada c
labios rozaron los suyos apenas. Fríos. Su aliento sabía a
su oído. La forma en que pronunció su nombre
tuvo la pose. F
tibia se abrió paso hasta perderse entre el
temprano, l