tro sustento. Cuando una gran cadena de moda llegó a la ciudad, nuestro negocio familiar, que h
idas. Ricardo y yo nos conocíamos de la escuela, aunque apenas cruzábamos palabra. Él era el chico popular, brilla
de la preparatoria. Yo los observaba desde lejos, con una mezcla de envidia y admiració
cuerdo haber visto a Ricardo en ese tiempo, su arrogancia habitual reemplazada por una vulnerabilidad que nunca
o. Una pequeña y egoísta semilla de esperanza br
en sus estudios de derecho, volvién
leció. En su testamento, dejó una condición sorprendente: para que Ricardo heredara el control total del bufete familiar, debía casarse conmigo. Nadie entendió por qué, n
n milagro que salvaría nuestro negocio. Me pidieron, casi me suplica
asé con Rica
as, él fue brut
tel. "Hago esto por mi abuela y por el bufete. Te respetaré como mi esposa
tragándome
iendo,"
dicación y mi amor, podría derretir el hielo que rodeaba su corazón. Me prometí a
sa casa fría en un hogar. Aprendí sus comidas favoritas, organicé sus horarios, me
riódico, vi una noticia en la sección de sociales. Sofía Morales se ha
ó durante un largo rato, su expresión indescifrable.
narse. Empezó a llegar a casa más temprano. Dejó de cenar en su estudio y empezó a hace
ano. Su toque fue tentativo al principio, pero luego sus dedos se ent
rfecto. Era atento, cariñoso, apasionado. Me hacía sentir amada y deseada. Me con
s construido algo
ngenu
construido sobre la ausencia de Sofía. Y cu
llamada. Su rostro palideció. "Es Sofía,"
yo conocía la calidez que era capaz de dar, y su frialdad actual era una tortura. Las llamadas se hicier
con él, pero siemp
ndo, Elena. Está sola
a amiga, no s
exager
i lo había destruido una vez volvía para reclamar