itar buscar entre sus cosas, como si encontrara en sus pertenencias algún consuelo. Reviví memorias, acariciando sus prendas, su perfume... hasta que mis manos dieron con un vestido. Era horrible, con plumas negras e
cabeza con mi «maravilloso» atuendo negro, que era cualquier cosa menos adecuado para una boda. Mis ojeras, que no inte
detuvo frente a mi casa, y el chofer baj
señor Díaz la espera
aciendo acopio de t
utos-dije con una leve sonrisa desafiante, y el chofer, al ob
puerta, puse un pie en la calle... y justo en es
lamé con frustración, mirando al suelo
e me ocurri
ndo rápidamente-, necesito que me pr
édulo, dudando
orita?-preguntó co
to, y me estoy casando con s
sus zapatos, que me quedaban enormes, y me los puse de inmediato. Ahora, con aquel espantoso vestido, las
erar. Algunos cuchicheaban y me miraban con una mezcla de asombro y burla, pero
ión. Sus ojos se abrieron con incredulidad y su cara palideció al ver m
¿de dónde has sacado esos zapatos? ¡Te quedan al men
respondí con sarcasmo-. Y los zapatos... bueno, los
es una total falta de respeto-espetó, susurrando par
ía comenzado a arrepentirme un poco, alg
lo que tengo, y no voy a fingir ser alguien que no
zando, Amelía-rep
os de una vez-sentencié,
en serio. La ceremonia fue breve, pero cuando el juez dijo «puede besar a la novia», Daniel y yo nos miramos con incomodidad. Él se inclinó, y antes de poder evitarlo, su
e no perdieron detalle, comenzaron a disparar sus flashes, tomando fotos de aquel desastroso atuendo j
ajar del coche y, antes de irse, me s
spero que tomes el día para arreglarte, ir al salón de belleza y comprar ropa adecuada. Nada de esas cosas de rebaja; ahora eres mi esposa y tienes que vestir acorde a ese papel. El lunes firmaremos el contrato con
nté una cej
eras. No tengo intención de robarte
mudarte. Buenas tardes, Amelía-me d
l chofer. Corrí hasta el vehículo y se los devolví con una son
, señora Díaz-me dijo el c
aniel se giró ha
rapo»-dijo, señalando mi vestido,
ero algo me hizo detenerme en la habitación de mi madre
fuerzas, llorando, sintiendo que el vacío en mi pecho se hacía más profundo. Apenas llevábamos unos días separadas, y yo ya no sabía c
mi habitación, agotada. La carta segu
uir adelante. Cuentas conmigo en cada estrella del cielo, y siempre estaré contigo, guiándote. En el armario, detrás de mis vestidos, hay una p
dormí abrazada a la carta, sintiendo su cal