a en la habitación del hotel con
biendo que era cierto. Hoy era mi boda y solo podía esperar a divorciarme. Pero
cer a mi futuro marido con un reclamo en boca sobre mis acciones. En otro momento, no me hubiese importado, incl
apariencias y costumbres. No muy lejana a la mía, pero yo odiaba esas p
detalle antes de salir del lugar. No me iba a apresurar ya que n
ueno, los entiendo, al final solo soy la chica que fue intercambiada por negocios. Al menos podía disfrutar de un último aliento de paz antes de casarme, nunca mejor dicho porque estaba rodeada de capullos en pleno florecimiento. El sol de la tarde acariciaba mi
ocido para mí. Ni siquiera había visto su fotografía en una vieja carta que mi abuela
decidiste seguir las ordenes de alguien que no te quiere.
ado para mí. Me daba vergüenza mirarme al espejo y ver en lo que me había convertido, un ser que no tiene coraje para luchar en contra de su propia sangre. Ajusté el encaje de mí vestido blanco y suspiré una vez más preguntándome por enésima ocasión: ¿Cómo había lle
uivocad
había estado sentada en el jardín donde se llevaría a cabo la ceremonia. Sí, yo era la q
mi prometido de blanco. Sería la boda
tres de blanco, sonrientes. Como si en realizada fueran la familia ideal y no un manicomio lleno de pleitos diarios. Apariencias. Mis ami
, hermanos, tíos, amigos y socios como invitad
legantemente en un traje oscuro. Nuestros ojos se encontraron, y sentí un escalofr
n el que había estado en el bar. Esto era una broma de mal gusto, no, pésimo gusto. E
ido una trampa. La pregunta
e hacer respiraciones intensas para no volcar la bilis frente a todos. No puede ser, no puede ser, no
l no recuerdo para nada. Estaba centrada en mi anterior noche, el bar, las copas y ese hombre de mirada intensa que solo me dirigió dos palabras
da, ¿verdad? Quizás había algo más en juego para él que simplemente el deber familiar. Pero, ¿por qué jugar de esta manera? Pod
as, estaba bañando sus pensamientos en cálculos y posibles negocios. Mi madrastra era otra cosa, su mirada envidiosa y a la vez aliviada
hablándome, pero yo no podía escucharle. Estaba lejos. ¿Cuá
por el público. Había una sonrisa en Susi labios pero si ayer daba aun indicio de quien era realmente, la frialdad en sus ojos era lo que me decí
ón implacable. Killian Lynch no era un hombre que se dejara llevar por sentimentalismos. Eso había quedado claro. Era rico, poder
inútil. As
omento, aceptando mi destino fatalista, decidí que haría lo que fuera ne
irme d
diferencia y el enojo. Mi estómago decidió ese momento en que debía responder para hacerme consciente de las náuseas y como no, hace
ente era ''la b