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Isabella sufrió cuando sus padres fallecieron y quedó al cuido del mejor amigo de su padre, pero ella no sabría que años después su padrastro se convertiría en su perdición.
¡Louis Virgil! Isabella gimió ligeramente al terminar su almuerzo bajo el arce donde llevaba dos horas sentada preparando su trabajo final antes de irse a casa con Louis. Otro gemido escapó de sus labios cuando vio al inmaculado hombre salir del llamativo coche negro y resbaladizo que tenía a todo el mundo boquiabierto. El hombre nunca dejaba de sorprenderla con su presencia. Siempre llamaba la atención y ni siquiera lo intentaba. Era alto, moreno y pecaminosamente guapo. Era como una pantera al acecho cuando caminaba.
Era perfecto en todos los sentidos, desde el cuerpo de dios griego hasta el rostro de ángel caído.
Aquella mañana llevaba pantalones grises y camisa negra. Ella sabía que venía directo del trabajo y que había guardado la chaqueta y la corbata en algún lugar del coche. Sabía casi demasiado de aquel hombre. Lo conocía desde siempre. Fue su tutor después de la muerte de sus padres. Se sorprendió tanto como ella cuando el abogado les leyó el testamento. Era el socio de su padre y también un amigo asquerosamente rico de la familia con fama de playboy.
Isabella sólo tenía doce años cuando Louis la tomó bajo su protección. La escolarizó en las mejores instituciones. Estudió alemán y francés, violín y arte, y ahora se estaba licenciado en empresariales, algo que sabía que su padre estaría feliz y orgulloso de aprender. Aunque tenía más de dieciocho años, Louis seguía cuidando de ella y a ella no le importaba en absoluto. Tenía una excelente reputación en la universidad y a veces se preguntaba si la gente la quería por Louis.
Louis era un magnate de los negocios. Era muy conocido y muy respetado. Apestaba a poder, riqueza y arrogancia sin siquiera intentarlo. Era la fuerza misma.
Como ella estaba interna en el campus, él se aseguraba de visitarla una vez al mes para asegurarse de que estaba bien atendida. Tenía una tarjeta de crédito de la empresa hecha especialmente para que ella tuviera acceso a sus cuentas siempre que necesitara dinero. Ella apenas tocaba las cuentas y él se dio cuenta, así que tomó medidas más estrictas y le consiguió un asistente personal que venía una vez a la semana. Ella le informaba de todo a Louis, le decía lo que le faltaba y lo que necesitaba, y él se lo proporcionaba.
No había nada que a Louis le costara hacer. Simplemente era muy bueno en lo que hacía y para él era lo más natural, como respirar.
Ahora, no podía evitar llamar la atención del alumnado que estaba sentado al aire libre discutiendo sobre los exámenes. Sabía el honor que supondría hacer prácticas con Louis Virgil y, si no se equivocaba, eso era lo que esperaban la mayoría de los estudiantes, pero ella conocía al hombre mejor que nadie. Nadie duraría ni un día bajo su autoridad. Con una mano en el bolsillo y la otra sujetando sus gafas de sol de veinte mil dólares, se dirigió hacia ella con pasos seguros que se comían la distancia y lo acercaban a ella.
Isabella cerró su libro y se levantó mientras él se acercaba. Dios mío, aquel hombre era la perfección. Siempre la había afectado, pero ahora que era mayor, comprendía que su enamoramiento por él era más profundo de lo que esperaba.
-¿Alguna vez te has parado a pensar que quizá seas la última persona a la que quiero ver antes de mi trabajo final? -. Isabella contó hasta diez en silencio para mantener la calma.
Los labios de Louis se curvaron en una sonrisa sensual e Isabella sintió que sus entrañas se convertían en sopa.
-Son los nervios los que hablan. Por supuesto que soy la única persona a la que tienes que ver antes de tu trabajo final. Normalmente es a tu padre o a tu hermano, pero con tu situación, soy lo más parecido.
Isabella puso los ojos en blanco y miró a su alrededor.
-Estás llamando la atención otra vez-. murmuró.
-Está en mi naturaleza-. No era una fanfarronada, sino una admisión genuina.
-Entonces, ¿qué te dijo Cristina sobre mí esta vez que tuviste que volar a través del océano por la mañana para regañarme; comer de la cafetería? -. le preguntó tratando de sonar sarcástica.
Louis no se inmutó ante el sarcasmo. Se limitó a encogerse de hombros y decir.
-Cristina sólo está haciendo su trabajo... y veo que no ha sido tan eficiente como esperaba-. Barrió con la mirada desde sus rizos negros despeinados que le bajaban por los hombros y la espalda, hasta su blusa rosa lisa, pasando por los vaqueros de piel azul oscuro y los botines grises. Lo único que vio a la moda en ella fue el par de pulseras de oro que le compró en su cumpleaños, dos meses atrás, y el pañuelo de seda que le dio a Cristina para que se lo trajera.
-Esto es un campus universitario, Louis, no una pasarela de París-. Isabella frunció el ceño.
De nuevo, Louis se encogió de hombros.
-A eso me refiero exactamente-. Antes de que ella respondiera, él sacó una pequeña bolsa de terciopelo rojo. -Esto es para ti.
Isabella volvió a poner los ojos en blanco.
-Ya no tengo doce años, Louis. Se acabaron los peluches de gelatina y las pegatinas brillantes para mis libros.
Una lenta sonrisa apareció en su rostro.
-Ya lo veo. Toma, cógelo.
Isabella gimió y rezó para que no fuera algo vergonzoso ahora que todo el campus estaba mirando. Si ella no sabía mejor, ella tendría otro video subido de este momento en YouTube por la noche. Agitó el contenido en su mano y sacó una cadena de plata con un pedante que había visto por última vez alrededor del cuello de su madre.
-Dónde... cómo...-, tartamudeó mientras sus manos temblaban de sorpresa.
-Estaba entre las pertenencias que trajeron antes del entierro. Lo guardé y lo arreglé. Sabía que Agnes habría querido que lo tuvieras-. dijo Louis.
Isabella lo miró con tanta emoción que pensó que iba a explotar.
-¿Por qué ahora después de todos estos años?
-Sé lo importante que son estos finales para ti y sentí que este era el momento adecuado para darte la cadena. Necesitas sentirte más cerca de ella, de los dos.
Isabella sonrió mientras se enjugaba una lágrima perdida. Louis era frío y distante a veces. A veces era encantador y cálido, pero aquella mañana era exactamente lo que ella necesitaba para superar los exámenes finales. Él era su fuerza y estaba agradecida de tenerlo en su vida.
-Y qué hay de la casa, es...
-Los nuevos dueños se mudaron la semana pasada. Todas las pertenencias están en uno de los desvanes vacíos de tu padre, por si quieres revisarlas. Y todos los registros financieros están con el abogado de la familia, por si quieres revisarlos también.
-Louis-. Isabella gimió. -Fuiste mi tutor cuando era joven y aunque ya no lo eres, sigo confiando plenamente en ti.
Los ojos de Louis se oscurecieron y su expresión cambió a algo que Isabella no entendía.
-No deberías confiar así en mí, Bella.
Isabella se encogió de hombros.
-Pues lo hago. No tengo a nadie más.
Louis cambió rápidamente de tema y le quitó el pedante.
-Date la vuelta-. Cuando ella lo hizo, él la sujetó alrededor de su largo y elegante cuello.
Isabella sintió los cálidos dedos sobre su piel y casi se apartó de un salto. Su corazón se aceleró y su cara se ruborizó. Sus dedos permanecieron allí un poco más de lo necesario antes de girarla hacia él.
-Debo irme. Tengo que firmar un contrato muy importante dentro de dos horas-. Miró su caro reloj.
-Es una pena que haya que conducir cuatro horas para volver a la ciudad y llegar al aeropuerto. Tendrás que conformarte con los pocos miles de millones que ya tienes-. Intentó burlarse un poco de él, para despejar la densa atmósfera que los rodeaba.
Un destello de maldad apareció en su rostro.
-Me conoces mejor que eso, Bella-. exclamó.
Isabella lo miró pensativa y luego puso en blanco sus grandes ojos color avellana.
-Tu jet te está esperando en la pista de aterrizaje, ¿no?
-Chica lista-. Le tocó la mejilla y le dio un beso en la frente. -Hasta la semana que viene.
Ella frunció el ceño.
-¡La semana que viene! Mañana tengo que estar en casa. No puedo quedarme más tiempo. Me volveré loca.
-Ya lo sé. Alguien vendrá a llevarte al aeropuerto mañana por la mañana y Robert te recogerá y te llevará a casa. Me voy a París esta tarde. No volveré hasta la semana que viene-. Le aseguró.
-Oh. - Una parte de su corazón se alegró de que él no estuviera cerca para atormentarla sin sentido con su maldad y su arrogancia, pero otra parte se sintió decepcionada porque iba a pasar toda la semana en casa sin él cerca.
Isabella siempre esperaba con impaciencia sus visitas mensuales. Aunque era como tener a un interrogador de visita, él intentaba hacerla sentir lo más cómoda posible. La llevaba a comer fuera del campus y pasaba el día con ella antes de llevársela de vuelta. Sus amigas la envidiaban sin sentido y ella no podía evitar tener rivales en la universidad, pero eso era lo que significaba la vida con Louis. Ninguna mujer se alegraba de ver al pastel más caliente con otra mujer. Hasta ahora, Louis era el pastel más caliente del mercado y ya la nieta del alcalde se aseguró de que su abuelo le consiguiera un puesto de becaria en el edificio de oficinas de la empresa municipal de Louis. Isabella no se lo mencionó, pero casi podía ver su expresión: ojos oscuros de ira, boca fina y una mano en los bolsillos mientras la otra tamborileaba en su escritorio. Se le dibujó una sonrisa en los labios. Era raro ver a Louis mostrar alguna emoción y, cuando ocurría, Isabella pensaba que no tenía precio.
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