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Lilian trabajaba en un bar nocturno, rodeada de bullicio, durante la noche, donde una breve formación como "barwoman" la había ayudado a conseguir un lugar sirviendo tragos. Lo único que realmente le gustaba de ese sitio era la flexibilidad horaria, y la música. A menudo se imaginaba en medio de la pista, bailando. Alex llevaba todo el año observándola con deseo. No había tenido oportunidad de abordarla nunca, ya que Lilian no almorzaba en la universidad, no iba a los grupos de estudio en la sala común, no asistía a fiestas... Ahora estaba a su lado, oliendo a café, con una camisa fucsia con la que podía adivinar que no llevaba sostén, el pelo suelto y despeinado... tan distinta de las otras compañeras de clase, algunas de las cuáles ya conocía, y muy íntimamente. Porque, a diferencia de ella, Alex era de esos "niños mimados", que llegaba en su auto, tenía departamento pagado por sus padres y excelentes calificaciones, pues sus profesores lo amaban... aunque Lilian ignoraba completamente su existencia.
Ese día realmente había sido agotador. Sus estudios no marchaban del todo bien, y su jefe se comportaba verdaderamente desagradable.
La profesora del turno mañana la había descubierto a punto de quedarse dormida y le llamó la atención frente a toda la clase, un montón de "niños mimados" que no debían trabajar para mantenerse.
Nunca bastaba lo excelentes que fueran sus exámenes o cuánto se esforzara en los trabajos prácticos, podía sentir el desprecio de aquellos profesores que esperaban una dedicación absoluta sólo a los estudios y una disponibilidad para cualquier proyecto extra que se les ocurriera... y al que Lilian tenía que negarse porque trabajaba durante el turno nocturno.
Sin embargo, esa carrera empresarial seguía siendo su pasión.
Algún día conseguiría trabajo de eso y aprendería para emprender por su cuenta.
Lilian trabajaba en un bar nocturno, rodeada de bullicio, durante la noche, donde una breve formación como "barwoman" la había ayudado a conseguir un lugar sirviendo tragos. Lo único que realmente le gustaba de ese sitio era la flexibilidad horaria, y la música. A menudo se imaginaba en medio de la pista, bailando.
Por millonésima vez su jefe se le había insinuado, y le había rozado el trasero fingiendo un accidente.
Claramente el uniforme de trabajo no estaba diseñado para un cuerpo como el suyo, lleno de curvas, y los espacios del bar no le daban mucha libertad de movimiento.
Entre el poco espacio tras la barra, los estantes de botellas y vasos y el tumulto de clientes, su jefe, un hombre alto y voluminoso, encontraba las excusas para tocar ocasionalmente alguna parte de su cuerpo, sabiendo que necesitaba el trabajo y que, previo a los exámenes finales, no estaba en condiciones de buscar uno nuevo.
Llegó a su monoambiente gris sintiéndose sucia y agotada. Pasó directo al baño y se desvistió. El uniforme era una camiseta de tirantes corta y negra que apenas si le cubría el pecho, que siempre tuvo grande, y una pollera que debía ser amplia y a la rodilla pero a ella le iba ajustada y corta. Soltó su largo cabello negro azabache, y se miró las ojeras bajo sus ojos avellana.
Se metió a la ducha esperando que el agua le lavara esa sensación de vacío, y se durmió desnuda y con el pelo mojado, esperando que mañana fuera mejor.
Al día siguiente se despertó muy temprano. Tenía una de sus clases favoritas, así que se vistió rápidamente con unos jeans y camisa, se preparó en el termo un café bien cargado, agarró del congelador un recipiente con el almuerzo, y fue a tomar el autobús.
Su buen humor se disipó cuando el vehículo pasó de largo y sin llevarla porqué iba lleno. Otra vez llegaría tarde.
Afortunadamente el profesor estaba de espaldas cuando ella entró al aula en silencio, pero su lugar predilecto estaba ocupado, así que debió sentarse en otro lado.
Se concentró tanto en la clase, mientras el profesor hablaba, que no notó la mirada de él.
Alex llevaba todo el año observándola con deseo. No había tenido oportunidad de abordarla nunca, ya que Lilian no almorzaba en la universidad, no iba a los grupos de estudio en la sala común, no asistía a fiestas...
Ahora estaba a su lado, oliendo a café, con una camisa fucsia con la que podía adivinar que no llevaba sostén, el pelo suelto y despeinado... tan distinta de las otras compañeras de clase, algunas de las cuáles ya conocía, y muy íntimamente.
Porque, a diferencia de ella, Alex era de esos "niños mimados", que llegaba en su auto, tenía departamento pagado por sus padres y excelentes calificaciones, pues sus profesores lo amaban... aunque Lilian ignoraba completamente su existencia.
Él pasó la clase imaginando que le quitaba la camisa liberando esos pechos de la evidente opresión, adivinando sus piernas debajo de esos gastados jeans. Intentó ahuyentar sus fantasías para evitar la palpitación de su entrepierna, pero estaba tan, tan cerca... Su cuello moreno era una invitación, y su boca, suave y rosada...
Sólo cuando finalizó la clase y se dispuso a guardar sus cuadernos y salir a tomar aire antes de la siguiente materia, cuando casi se chocan al levantarse, ella lo miró para disculparse.
Se quedó unos segundos enganchada en esos ojos azules. Él era bastante alto, y podía verse que hacía ejercicio. Tenía el corto pelo castaño y brillante, jeans oscuros y camisa blanca. Olía tan bien...
Musitó unas disculpas y salió, un poco abrumada por la mirada intensa de él, mientras caía en la cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado de la última vez que estuvo con un hombre.
Y su cuerpo le reclamaba atención.
Él demoró unos segundos en reponerse y salir del aula, pero fue suficiente para perderla de vista.
Cuando comenzó la siguiente clase, ella había llegado temprano y ocupado su asiento de siempre... y a su lado no había lugares vacíos.
Pero esta vez, él, perseguido por el sueño de la última noche, estaba resuelto a buscarla en el horario del almuerzo, así que cuando la profesora de turno terminó su perorata, salió primero y la esperó.
-Hola, ¿te gustaría almorzar conmigo?- la voz de Alex rompió la burbuja de ensimismamiento de Lilian.
-Ah, hola... ¿te conozco?
-Pues quizá- se rió él -llevamos casi un año cursando juntos. Soy Alex.
-Oh, lo siento, no quise ser descortés, es que realmente nunca tengo mucho tiempo de hacer sociales...
-Entiendo, pero no respondiste mi pregunta... ¿almorzamos?
Lilian no podía sacar los ojos de la seductora sonrisa que tenía enfrente. Y sin saber por qué se escuchó decir.
-Claro, ¿por qué no?- aunque inmediatamente se corrigió -Ehm, lo siento, en realidad traje mi almuerzo, no voy a la cafetería... porque... ehhh... bueno...
-No te preocupes- Alex la sacó de su balbuceo- Compro un sándwich y nos sentamos en la plazoleta, el lugar es lo de menos.
-En ese caso, está bien, almorcemos.
Tal como dijo, Alex compró algo rápido y la acompañó, no quería que se arrepintiera. Estaba de suerte e iba a aprovecharlo.
El día estaba precioso y se sentaron en un banco bajo un árbol cuya sombra los protegía del sol del mediodía.
Al principio la charla no fue muy dinámica, pero a medida que agotaron los temas de cortesía y lugares comunes, se descubrieron dialogando más abiertamente.
Ella era inteligente, y contrariamente a lo que Alex había creído, también era muy graciosa.
Le contó que ese día no trabajaba, porque su jefe tenía que realizar unas diligencias en otra ciudad, así que pensaba dedicar esa tarde para ponerse al día con las materias de esa semana...
Lilian no se reconocía a sí misma. Ese ultra masculino y sexy hombre había desbloqueado, sin saberlo, la "chica" que todavía era. Tanto estudio y trabajo la hacían sentir a veces una anciana agotada, pero esos ojos azules, su perfume (¡alerta de feromonas!), y el sol jugando entre las luces y sombras del árbol con ese pelo claro y brillante... de repente no quería que se fuera. Se volvió locuaz, charlando de la universidad, de su trabajo (muy por encima, realmente el tema la avergonzaba). Y él parecía escucharla interesado... aunque había descubierto que sus ojos iban a su escote más seguido de lo que quisiera, en verdad no se ofendió por su deseo.
Ella también sentía esas cosquillas en el bajo vientre y descubrió, con un poco de pudor, que se había humedecido. "Pero si sólo estamos hablando... ay, cómo quisiera que esos dedos me rocen".
Alex le contó que trabajaba en una empresa de desarrollo informático, aunque omitiendo que era hijo del dueño (¿por qué lo hizo? Era lo primero que solía decirle a las chicas, garantía segura de poder llevárselas a su departamento... y a su cama), y que ese día también estaba libre (mintió, por supuesto, tenía libres seis de los siete días de la semana, iba cuando quería).
Por alguna razón se avergonzó un poco de su posición económica, al escucharla hablar, y supo que si decía la verdad, ella huiría. Tras un año observándola y deseándola, algo la conocía. Y no arruinaría la oportunidad que al fin había tenido de acercar posiciones a esa fortaleza... necesitaba entrar, literalmente.
Hacía semanas que soñaba con ese cuerpo lleno de unas curvas que podía adivinar bajo su ropa de segunda mano. Apenas anoche había soñado que lamía sus senos, color canela y salpicados de algunos lunares, imaginó sus pezones grandes y rosados, y en un gemido, se había despertado tan agitado, que tuvo que darse una ducha de agua helada.
-Bueno, tengo que ir a retirar unos libros en la biblioteca- la escuchó decir- Nos vemos otro día.
¡No! Se le escapaba de nuevo, no podía ser...
-Te acompaño, necesito unas fotocopias- mintió.
Entonces entraron juntos al edificio.
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