Dante no me defendió. Ni siquiera pareció lamentarlo.
-Eres útil, como una engrapadora -escupió con desprecio, mirando su reloj.
-Pero un Rey necesita una Reina, no una godínez aburrida. Puedes quedarte como mi amante si quieres conservar tu trabajo.
Él pensaba que yo era una don nadie. Creyó que podía usarme para lavar su dinero y luego desecharme como basura.
No se daba cuenta de que la única razón por la que no estaba en una prisión federal era porque yo lo estaba protegiendo.
Me limpié la sangre del labio y saqué un teléfono satelital.
Dante se rio. -¿A quién le vas a llamar? ¿A tu mami?
Lo miré fijamente a los ojos mientras la llamada se enlazaba.
-El pacto se rompió, papá -susurré-. Quémalos a todos.
Diez minutos después, las puertas de cristal estallaron cuando los helicópteros artillados de mi padre descendieron sobre la calle.
Dante cayó de rodillas, dándose cuenta demasiado tarde de que no solo había perdido a una secretaria.
Acababa de declararle la guerra al Jefe de Jefes.
Capítulo 1
Había pasado todo el trayecto en el taxi ensayando la sonrisa que le daría a mi prometido después de siete años escondida en las sombras por él. Pero la gigantesca pantalla digital en Masaryk no solo me detuvo en seco, me heló la sangre en las venas.
No era mi rostro el que estaba junto al suyo bajo el titular "El Rey y su nueva Reina".
Y si no mataba al hombre que amaba en este preciso instante, mi padre incendiaría toda esta ciudad solo para hacerlo por mí.
El taxista tamborileaba los dedos en el volante, ajeno al hecho de que su pasajera estaba calculando la logística de un homicidio.
-Gran noche para la familia Moretti, ¿eh? -dijo, señalando vagamente la pantalla que iluminaba el cielo nocturno-. Dante Moretti por fin sienta cabeza. Esa chica, ¿Lola? Parece estrella de cine.
Me quedé mirando la pantalla.
Dante Moretti.
El hombre por el que había trapeado pisos.
El hombre por el que había maquillado libros contables.
El hombre al que había amado en silencio durante siete años de agonía.
Estaba besando a una mujer que, definitivamente, no era yo.
El texto se desplazaba en letras azules, eléctricas y audaces: *Una Unión de Poder. El Futuro Don y su Primera Dama*.
Mi teléfono vibró en mi mano. Era un mensaje de Dante.
*Nena, perdón que no pueda pasar por ti. Los asuntos de la familia son una locura con la preparación de la Gala. Te veo mañana en la oficina. Te amo.*
Adjuntó un itinerario falso.
Volví a mirar la pantalla. No estaba ocupado con negocios. Estaba ocupado mostrándole al mundo su nuevo juguete.
No lloré.
Las lágrimas eran para los civiles. Las lágrimas eran para las mujeres que no tenían la sangre del Cártel Lombardi corriendo por sus venas.
Mi padre, Don Salvatore Lombardi, el Jefe de Jefes -el hombre que hacía temblar a la FGR-, me lo había advertido.
*Es débil, Alessia. Un hombre débil siempre buscará el camino más fácil. Dale siete años. Si ama a la oficinista, se merece a la Reina. Si falla... lo enterramos.*
Había fallado.
Abrí una aplicación segura en mi teléfono. Mis dedos no temblaron. Temblar era para las víctimas.
Le escribí un mensaje al consejero de mi padre: *Congela las cuentas fantasma. Cada centavo que canalizamos a Grupo Moretti. Corta la línea.*
La respuesta fue instantánea: *Hecho.*
-Oríllese -le dije al conductor.
-Pero señorita, todavía estamos a una cuadra de...
-Oríllese.
Bajé a la acera frente al corporativo de Grupo Moretti. El edificio se cernía sobre mí, un monumento de vidrio y acero al dinero que no era suyo.
Era dinero que yo había asegurado. Era seguridad que yo había garantizado.
Atravesé las puertas giratorias.
El vestíbulo era una caverna de mármol blanco y detalles dorados. Olía a lirios caros y a arrogancia.
Y allí estaba ella.
Lola.
Estaba de pie cerca de la recepción, rodeada por un grupo de chicas que parecían estar audicionando para un reality show sobre malas decisiones.
Lola llevaba un vestido blanco que costaba más que mi coche. Se reía, con la cabeza echada hacia atrás, exponiendo una garganta que parecía muy frágil.
-Dante dijo que el anuncio es solo el principio -proclamó Lola, su voz resonando en las superficies duras-. Una vez que lo hagamos oficial ante las Cinco Familias, voy a hacer una limpieza.
Sus amigas soltaron risitas.
-¿Y qué hay del personal? -preguntó una-. Esa Directora de Operaciones... ¿cómo se llama? ¿La que siempre usa trajes grises?
-¿Alessia? -se burló Lola-. Oh, ella se va. Dante me lo prometió. Le va a dar su oficina a Bella.
Bella, una chica con demasiado relleno en los labios y muy pocas neuronas, chilló de emoción.
-¿En serio? ¿Me quedo con la oficina de la esquina?
-Te quedas con lo que quieras -dijo Lola, revisando sus uñas-. Ahora somos la realeza de la Ciudad de México.
Avancé. El chasquido de mis tacones sobre el mármol era una advertencia aguda y rítmica que eran demasiado estúpidas para oír.
Se giraron.
Los ojos de Lola se entrecerraron. Me reconoció al instante. Yo era la "secretaria aburrida" que había visto llevándole el café a Dante una docena de veces.
-Vaya, hablando del diablo -dijo Lola, su sonrisa lo suficientemente afilada como para cortar vidrio-. ¿Vienes a recoger tu liquidación, Alessia?
Me detuve a un metro de ella.
-Vengo a cobrar una deuda -dije con calma.
Bella dio un paso adelante y me empujó del hombro. -Ya la oíste. Lárgate. Este es un evento privado para la Familia.
No me moví. No tropecé.
Metí la mano en mi bolso y saqué mi gafete. No era solo una identificación de empleada. Era la tarjeta maestra de todo el edificio, un símbolo del control que yo ejercía sobre cada una de las operaciones de esta empresa.
-Soy la Jefa de Operaciones Estratégicas -dije-. Y ustedes están en mi vestíbulo.
Lola parpadeó, sorprendida por una microsegundo. Luego su rostro se torció en una horrible máscara de rabia.
-Ya no más -siseó.