/0/18355/coverbig.jpg?v=fc1b92732d9804900330177f7fcd8fb7)
Mi vida se desmoronó cuando un video de hace tres años con mi ex, Mateo, se hizo viral. Cualquiera diría que era tierno, un amor genuino. Pero para mí, cada palabra suya "eso es amor de verdad", "vuelvan", era un recordatorio de la humillación que viví, sobre todo cuando me llamó de nuevo, con su voz magnética y arrogante teñida de falsa nostalgia. "La gente nos ama juntos", me dijo. "Cometí un error, Sofía. Deberíamos intentarlo de nuevo". Su lógica era tan superficial como siempre; mi valor solo existía ahora que el público lo validaba. Cuando le dije que no podía, la verdad se me escapó en un susurro, "Porque estoy casada". Colgué antes de que pudiera responder, dejando su arrogancia en el aire. La tormenta en redes y la súplica de Mateo me eran indiferentes; mi vida ya no le pertenecía a ese pasado. La ironía era dolorosa: el público anhelaba un romance que él mismo había matado por conveniencia. Lo que nadie sabía era que el hombre con el que me casé en secreto hace seis meses, la persona que era mi presente y futuro, era Javier, el hermano mayor de Mateo.