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El olor a tierra mojada y el aire frío se colaban por la rendija de la ventana, anunciando una tormenta de verano más. Mi preciado bolso de piel, regalo de mi esposo Mateo por nuestro aniversario, terminó empapado, como todo su contenido. Al revisar mis documentos importantes, abriendo con cuidado el sobre manila, mi corazón dio un vuelco. El acta de nacimiento de Mateo estaba manchada y mi pasaporte parecía un acordeón. Pero lo peor era nuestra acta de matrimonio, convertida en una masa ilegible. Esto era solo un contratiempo, pensé, hasta que la realidad me golpeó como un rayo. Al día siguiente, en el registro civil, una empleada con expresión de aburrimiento perpetuo me soltó la frase que lo cambió todo: "Señorita Reyes, aquí no hay ningún registro de matrimonio a su nombre" . El aire se me fue de los pulmones. "Eso es imposible" , balbucé, sintiendo un nudo en el estómago. Ella tecleó de nuevo, y luego me miró a los ojos, con una mezcla de lástima y confusión: "El señor Mateo Valdivia sí aparece en el registro... casado con la señora Isabella Torres" . Isabella. Mi asistente personal. La mujer que Mateo me había presentado como una "sustituta" temporal. El mensaje de Mateo en mi celular, "Mi reina, muero por llegar a casa y abrazarte. Te amo más que a nada en este mundo" , se convirtió en un veneno abrasador. Cada risa, cada promesa, cada momento juntos, ¿había sido una farsa? La humillación. El cinismo. Sentí que el mundo se me venía encima. Pero el verdadero golpe llegó cuando lo vi, riendo con Isabella, y sus palabras, frías y crueles, resonaron en mi alma: "Claro que Sofía no sabe nada, güey. Ella cree que es la señora Valdivia. Ella es la verdadera, la única que importa... Isabella es solo un seguro, una pieza en el tablero" . En ese instante, la Sofía dulce y confiada murió. Una rabia fría y cortante me invadió. No lloré. Arranqué el coche. Iba a desaparecer. Y luego, iba a volver. Iba a quitarle todo.