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Nací en una jaula de oro, Ximena Rojas, la única heredera del imperio Textil Rojas. Mi padre, inflexible, anunció mi destino: casarme con uno de los "muchachos", esos huérfanos que crió y que yo, tontamente, creía mis hermanos. Mi corazón latía por Alejandro, el más carismático, hasta que lo escuché en el jardín, susurrando a otra mujer, Sofía: "Solo un poco más, en cuanto me case con esa tonta heredera y asegure el control, tú y yo tendremos el mundo a nuestros pies". Cada palabra fue un golpe, yo era solo "un escalón, una herramienta". El dolor me inundó, al ver el desprecio en los ojos del hombre al que amaba. Las lágrimas querían brotar, pero se congelaron por una furia helada que nunca antes había sentido, transformándose en una claridad cegadora. Si yo era una herramienta, entonces yo elegiría mis propias batallas, no sería el premio de consolación de nadie. Marqué el número de mi asistente. "Laura, quiero que investigues a Ricardo Morales, el genio financiero que tuvo el accidente, el que quedó en silla de ruedas". Su aliento se contuvo. "¿Está segura, señorita Ximena?". "Completamente. Y quiero que le hagas llegar una propuesta de matrimonio de mi parte". La Ximena ingenua había muerto, ahora las riendas de mi vida estaban por fin en mis manos.