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Siempre creí en el amor y en mi tequila "Corazón de Agave". Con Máximo, mi esposo, construimos un imperio de la nada, con mi legado familiar y mi esfuerzo. Pero un día, un email abierto me destrozó: Máximo no solo me engañaba con Valeria Salazar, su "socia creativa", sino que planeaba desecharme como a una "esposa rústica" mientras ella disfrutaba de la fama y la fortuna que juntos habíamos construido. Sentí el frío de una traición cuidadosamente orquestada. Mi corazón, que había luchado tanto, se hizo añicos cuando Máximo, con total descaro, me propuso invitar a Valeria a la villa de Napa, comprada con nuestro dinero. ¿La misma Valeria que sonreía encantada en nuestra boda? La bofetada final llegó cuando, tras una patraña de ella, Máximo la defendió ciegamente, usando una frase que una vez me dedicó. ¿Diez años de matrimonio, de sacrificios? ¿Mi salud comprometida por el arduo trabajo que garantizó su éxito? ¿Mi sueño de ser madre convertido en un arma contra mí? Máximo me culpó de mi infertilidad, resultado de construir nuestro sueño, mientras celebraba el embarazo de su amante. La calma gélida me invadió. Ya no lloraría. Decidí que, si no podía ser madre para un hombre que me despreciaba, al menos me rehusaría a ser su víctima. En ese instante, supe que recuperaría lo que era mío, y él pagaría cada lágrima.