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En la alta sociedad de Jalisco, Scarlett Salazar y Máximo Castillo no eran la pareja más envidiada por su amor, sino por la guerra sin cuartel que libraban públicamente. Nuestra contienda era la comidilla de todos, un constante tira y afloja donde cada uno luchaba por demostrar su indiferencia total hacia el otro. Pero mi mundo se detuvo el día que recibí un diagnóstico: una enfermedad hepática terminal. Por primera vez, anhelé una tregua, busqué a Máximo para terminar nuestros últimos meses en paz. Su voz gélida al otro lado del teléfono, acompañada por el gemido meloso de mi mejor amiga y prima, Yolanda, destrozó toda esperanza. "Scarlett es como un tequila sin añejar, pura apariencia", escuché decir a Máximo, "Contigo, en cambio, cada momento es un extra añejo, complejo y adictivo." Fue entonces cuando la traición se reveló en su forma más vil: Yolanda había orquestado una grabación falsa, convenciendo a Máximo de que nunca fui más que una interesada. ¿Cómo pudo mi propia amiga, la que se crió a mi lado, apuñalarme así? ¿Y Máximo? ¿Cómo pudo creer semejante mentira y devolverme tanto odio? Con el corazón hecho pedazos y la salud desvaneciéndose, solo una idea me invadió: borrarlo todo. Decidí que borraría cada recuerdo de Máximo, de Yolanda, y de esta guerra sin sentido, para encontrar la única paz que me quedaba antes de morir.