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Desperté en un hospital, el olor a antiséptico y el pitido constante de las máquinas. No recordaba nada. La enfermera me dijo que había intentado suicidarme y que estaba casado. ¿Casado? Lo último que recordaba era tener veinte años, ser un genio culinario con el mundo por delante. Ahora, siete años de mi vida se habían desvanecido. Mi esposa, Luciana Salazar, ni siquiera se molestó en visitarme. Envió a su asistente, quien me despreció y me dijo que no avergonzara de nuevo a Luciana, como lo hice "suplicándole" por un tal Kieran. Ese no era yo. Me había convertido en un "marido trofeo", el hazmerreír de todos. Sentía una rabia helada por el hombre que Luciana había transformado. La humillación era insoportable. Entonces, su socio, Kieran, me provocó en público, retándome, y me empujó al agua helada. Mientras me ahogaba, vi a Luciana lanzarse al agua sin dudar. Pero no vino por mí. Nadaba hacia Kieran, ignorándome por completo. Allí, en esa agua gélida, la última pizca del hombre que una vez la amó, murió. Con mis fuerzas agotadas, me rescató una extraña. En ese muelle, empapado y temblando de rabia, la miré directamente a los ojos. "Quiero el divorcio", dije, fuerte y claro, ante todos los presentes. Su cara se transformó de incredulidad a furia. Ya no era su juguete. Ahora, la guerra apenas comenzaba.