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Desperté en la cama de un hospital, viva. Pero para mí, el hombre que mi familia y amigos decían que era el amor de mi vida, Máximo Castillo, era un completo desconocido. Incluso al verlo, solo sentí fastidio y alivio cuando lo sacaron. Mis seres queridos, sin embargo, se negaban a creer mi amnesia, insistiendo en que lo amaba y que mi estado era "por su culpa". Me miraban con preocupación, susurrando que había perdido la memoria por él, pero a mí, Máximo solo me generaba una extraña indiferencia. A cada intento de recordar, sentía un nudo en el estómago, como si mi mente luchara por protegerse de algo terrible del pasado. Máximo se negaba a desaparecer, persiguiéndome, recordándome un amor que no existía. Pero entonces, un encuentro inesperado con un viejo amigo de la infancia, León, quien me trajo un cuaderno de dibujo en lugar de flores, abrió una puerta. Un pequeño recordatorio, una cicatriz conocida en su ceja, encendió una chispa de una Luciana que yo había olvidado. ¿Era posible que esta amnesia, que ellos veían como una tragedia, fuera en realidad mi salvación?