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En la iglesia de nuestro pueblo, mi mano se aferraba a la de Mateo, mi devoto esposo, esperando un documento crucial. La "Bendición Preparatoria de Bautismo Familiar" de mi tío, el obispo, era la promesa de que nuestro hijo nacería en gracia. Para mí, era la redención, porque ya había vivido este día antes. En mi vida pasada, ese mismo papel se convirtió en mi sentencia de muerte. Mateo me llamó "portadora del demonio", y mis padres me encerraron, me golpearon, me hicieron perder a mi bebé y me enviaron a un sanatorio donde morí. Esta vez, juré que no permitiría que el papel cayera en sus manos. Pero Mateo, con un movimiento hábil, me lo arrebató. Su rostro se transformó: la calidez desapareció, reemplazada por un odio helado al ver una marca cerca de la firma. "Este niño no puede nacer" , siseó, ordenándome "purificarme" . Al gritar por ayuda, mis padres llegaron, y mi padre, tras ver la misma marca, me señaló y me llamó "¡una puta!". No entendía qué era esa marca en el documento o por qué los hacía cambiar de tal modo. ¿Por qué mi propia familia, a la que tanto amaba, de repente quería hacerme daño a mí y a mi bebé? ¿Qué oscuro secreto escondía ese papel? La desesperación me invadió al ser llevada a la clínica. Justo cuando creí que todo había terminado, fui arrastrada a un callejón oscuro donde mi familia planeaba mi muerte. Pero una periodista desconocida, Carmen, apareció, cámara en mano, gritando: "¡Sueltenla! ¡La policía está en camino!". Era mi única esperanza.