de los lirios del altar. Sostenía la mano de mi esposo, Mateo, sintiendo el frío de su
iar, firmada por mi propio tío, el obispo. Era la promesa de que nuestr
un símbolo
este día antes. Y había
e. Mateo, mi devoto y amoroso esposo, el hombre que renunció a se
ortadora d
asa, a la bodega de nuestra hacienda. Me encerraron en la os
n convento lejano. Dijeron que estaba
ericordia, me devolvió a este m
jaría que Mateo
entregó el sobre sellado. "Felicidades
ra mis costillas. Lo tomé,
un susurro. "Vámonos, Ma
a, pero no se movió. Su sonrisa er
o verla. Quiero leer las palabras de tu t
sistí, el pánico comenzan
no seguía siendo dulce, pero sentí un escalofrío
o que no. Solo e
imiento rápido y hábil, me quitó el sobre de las m
gantes palabras de bendición. Por un momento, su r
o en la parte inferior, c
ció, reemplazada por un hielo oscuro y aterrador. Su mandíbula se
ue me miraba ya no era mi espos
oz apenas un murmullo ve
Mateo?". Mi
a clínica. Ahora. Ha
eufemismo que usó pa
cediendo. "No iré
a". Me agarró del brazo, su fu
a plaza de la iglesia. El sol de la tarde
tame!"
stás causand
é con todas mis fuerzas. "¡Mi es
giraron. Los murmullos comenzaron. La gente se detu
a y sorpresa. Estaba rodeado, juzgado po
sta nueva vida, sent