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Miro el billete de tren en mi mano, Sevilla-Santa Justa. El tren avanzaba, pero sentía un frío gélido que nada tenía que ver con el aire acondicionado. Era el frío de la muerte, ese que ya había conocido. En mi vida anterior, este viaje fue el principio de mi fin. Mi madre, Carmen, me sonreía desde el asiento de enfrente, su sonrisa de mártir era el preludio de que iba a arruinarme la vida, como siempre. Mi padre, Ricardo, se ajustaba la corbata, ajeno a todo, preocupado solo por la imagen. Recuerdo la otra vida, ese mismo viaje. Mi madre, con su devoción retorcida, metió una estatuilla robada en mi bolso. Me acusaron de ladrona, mi carrera como chef pastelera fue destrozada. Luego vino el diagnóstico falso, la enfermedad crónica que no tenía, otra oportunidad perdida. Y finalmente, la Feria de Abril, el callejón oscuro, el olor a vino y a muerte. Morí sola, deprimida, por su "bien". Pero ahora, he vuelto. He renacido en este preciso instante, en este mismo tren. Y esta vez, el infierno no será para mí. Esta vez, el juego es mío y las reglas han cambiado.