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Isabella Rossi, casada por conveniencia con el "aburrido" Martín Giménez, vivía presa de su ira y desprecio, anhelando su libertad y a su "gran amor", Facundo. Ella lo humillaba públicamente y lo engañaba sin pudor, deseando fervientemente un divorcio. Lo que Isabella no sabía era que Martín, el hombre al que ella consideraba un estorbo, la había amado desde la infancia y estaba muriendo lentamente de cáncer de páncreas. Cuando él le ofreció el divorcio con "cinco promesas", ella las aceptó con fastidio, sin comprender que eran los últimos gestos de un alma moribunda. En el día crítico de la ratificación del divorcio, Martín no se presentó, y el doctor Benavides, su amigo íntimo, le reveló la devastadora verdad: Martín había fallecido esa misma mañana. El médico desveló que su difunto esposo era el enigmático "Cardenal Solitario", el compositor de folk cuyas melancólicas canciones ella admiraba sin saber que cada nota era un lamento por ella. Además, le expuso que su adorado Facundo Almada no era más que un farsante endeudado, un oportunista que la había manipulado. El peso del arrepentimiento la aplastó al comprender la magnitud de su ceguera: había humillado y despreciado al único hombre que la amó de verdad, impulsándolo a una muerte solitaria mientras ella abrazaba una mentira. ¿Cómo pudo ser tan cruel, tan ciega al amor incondicional que le ofrecían? Consumida por el remordimiento y la rabia, Isabella se vengó de Facundo, encarcelándolo hasta la muerte, lo que la llevó a una impactante confesión pública y a la cárcel. Tras cumplir su condena, se encontró con una nueva y amarga revelación del doctor: todos los "signos de amor" que había atesorado eran artificios suyos para que su penitencia fuera completa e ineludible. Así, Isabella quedó condenada a una vida de aislamiento, perseguida por el recuerdo del amor que destruyó, mientras la inmortal música de Martín, "El Cardenal Solitario", resuena por siempre en la memoria de todos.