Esa mañana, llegó a la oficina con el cabello aún húmedo y las manos congeladas por la lluvia que le había calado el abrigo barato. Mientras cruzaba el vestíbulo del edificio con la cabeza gacha, no notó que un coche negro y elegante se había detenido justo en la entrada principal. De él bajó un hombre con traje de diseñador, pasos firmes y mirada gélida: Leonardo Blake, CEO de Blake Enterprises, el cliente más poderoso de la firma.
Camila se apresuró a entrar al ascensor, presionando el botón del piso 17. Al ver que Leonardo también se dirigía hacia allí, retrocedió un paso, incómoda. Era la segunda vez en la semana que lo veía de cerca, y su presencia la desarmaba. Alto, impecable, con ojos oscuros que parecían examinar todo sin inmutarse, emanaba un aire de control absoluto. A su lado, Camila se sentía invisible. Peor aún, irrelevante.
-Señorita Rivas -dijo él de pronto, sin mirarla, mientras el ascensor ascendía-. Me informaron que usted tiene conocimientos legales básicos y sabe mantener la boca cerrada.
Ella parpadeó, desconcertada.
-¿Disculpe?
Leonardo giró el rostro apenas, como si le costara la cortesía.
-Le propongo un trato. Almuerzo conmigo hoy. Tengo una oferta que podría interesarle.
Camila lo miró con desconfianza.
-¿Qué clase de oferta?
-Una legal. Una que resolvería todos sus problemas económicos -respondió él, antes de que las puertas del ascensor se abrieran.
Ella no tuvo tiempo de reaccionar. Leonardo ya se alejaba por el pasillo con la precisión de un hombre que no acostumbra a repetir las cosas dos veces.
A las 12:30 en punto, Camila fue conducida por una recepcionista hasta un restaurante privado en la azotea del edificio. La vista era impresionante, y el aroma a comida gourmet llenaba el aire. Leonardo la esperaba junto a una mesa con mantel blanco y copas de cristal. Ni una sola sonrisa. Ni una pizca de duda.
-Puntualidad. Eso habla bien de ti -dijo él, señalando la silla frente a la suya.
Camila se sentó, con las manos entrelazadas en su regazo.
-¿Qué quiere de mí, señor Blake?
Leonardo entrelazó los dedos y la observó con expresión inescrutable.
-Necesito una esposa.
Camila lo miró como si acabara de hablar en otro idioma.
-¿Perdón?
-Mi abuelo está enfermo. Es el presidente honorario de la empresa, y ha dejado claro que solo nombrará como sucesor a su nieto... casado y con una imagen intachable. Si no cumplo esa condición, cederá el control al consejo directivo, lo que destruiría todo lo que he construido.
-¿Y qué tiene que ver eso conmigo? -preguntó, aún tratando de entender.
-He investigado. Eres discreta. No tienes escándalos, ni familia que interfiera. Necesito una esposa por contrato durante un año. A cambio, saldaré todas tus deudas y te pagaré una suma mensual más que generosa.
Camila lo miró, atónita. ¿Estaba hablando en serio?
-¿Una esposa de mentira? ¿Como un adorno?
-Un adorno que firma papeles, asiste a eventos sociales y sonríe cuando se le pide. Nada más -dijo él, sin vacilar-. Es un negocio. Ni más, ni menos.
Camila tragó saliva. La tentación era inmensa. Dinero. Estabilidad. Un respiro para su hermana. Pero también era un salto al vacío.
-¿Y si digo que no?
-Entonces buscaré a otra. Pero honestamente, tú eres la candidata ideal. No tienes nada que perder, Camila -añadió con calma-. Solo ganar.
-¿Y qué gana usted? -replicó ella, con la barbilla alzada.
Él la miró con un destello de aprobación en los ojos oscuros.
-Tiempo. Poder. Control de mi empresa. Y alguien que no se meta en mi vida más de lo necesario.
Camila se quedó en silencio. ¿Podría vender su libertad por seguridad? ¿Era tan diferente a lavar platos todas las noches por un salario miserable?
-¿Tendría que vivir con usted?
-Por supuesto. Sería una farsa muy pobre si no compartimos techo. Pero habrá reglas. Dormitorios separados. Privacidad total. Esto es estrictamente profesional.
Camila cerró los ojos un segundo. Lo más sensato era decir que no. Lo más urgente... era decir que sí.
-Quiero el contrato por escrito -dijo finalmente-. Y condiciones claras. Si voy a ser tu esposa, incluso por mentiras, necesito saber exactamente a qué me estoy comprometiendo.
Leonardo sonrió por primera vez. Una curva mínima, peligrosa y fascinante.
-Hecho.
Y en ese momento, sin saberlo, Camila Rivas vendió un año de su vida... al hombre más frío de la ciudad.