La noticia se convirtió en un problema de magnitudes catastróficas. Los accionistas de ambas familias exigían respuestas, los competidores aprovechaban la oportunidad para sembrar dudas sobre la estabilidad de sus imperios y, lo más peligroso de todo, la confianza en sus negocios se tambaleaba.
Por primera vez en décadas, los líderes de los Becerra y los Moncada se sentaron en la misma sala. Un gesto impensable en otras circunstancias. Pero esto no era una reunión, sino un juicio.
El silencio en el despacho era denso, cargado de tensión. Guillermo Moncada, con su porte imponente y expresión pétrea, repasaba la fotografía sobre la mesa con el ceño fruncido. Frente a él, Héctor Becerra hacía lo mismo, su mirada fría como el acero. A su lado, sus hijos, los protagonistas del escándalo, esperaban el veredicto.
-¿Tienen algo que decir? -preguntó Héctor, rompiendo el silencio.
Valeria cruzó los brazos y alzó el mentón.
-Lo que tengo que decir es que esto es un absurdo. Esa foto no significa nada.
-No importa lo que signifique para ti -respondió Guillermo Moncada-. Importa lo que los demás creen que significa.
Tomás, apoyado despreocupadamente contra el respaldo de la silla, dejó escapar un suspiro, pero no dijo nada.
-Esto nos pone en una posición vulnerable -continuó su padre-. La prensa está especulando, los inversionistas están inquietos y nuestros enemigos están listos para aprovechar cualquier error.
-El daño ya está hecho -afirmó Héctor, con voz grave-. Ahora debemos contenerlo.
-¿Y cómo planean hacerlo? -preguntó Valeria con sarcasmo.
-De la única forma en que podemos controlar la narrativa -respondió su padre-. Se van a casar.
Las palabras cayeron como un golpe seco.
Tomás levantó la vista, pero su rostro no mostró ninguna emoción. Valeria, en cambio, soltó una risa incrédula.
-¿Perdón?
-Han creado un problema, y ahora lo van a solucionar -continuó Héctor, sin dejar lugar a discusión.
-Nosotros no creamos nada -espetó ella-. Esto es una trampa.
-Poco importa si lo fue -intervino Guillermo-. Lo que importa es que el daño es real.
Tomás tamborileó los dedos sobre la mesa, analizando la situación. Casarse con Valeria Becerra no estaba en sus planes. De hecho, lo último que quería era compartir su vida con alguien de su linaje. Pero su padre tenía razón en algo: sus empresas no podían permitirse un escándalo de esa magnitud.
-Esto es ridículo -insistió Valeria-. No pienso casarme por una foto.
-No te estamos preguntando -la interrumpió Héctor, su tono implacable.
Ella apretó los labios, pero no bajó la mirada.
-No me interesa compartir mi vida con alguien que me odia -dijo Tomás con frialdad-, pero tampoco voy a permitir que mi apellido se vea arrastrado por este desastre.
Guillermo asintió con satisfacción.
-Entonces, es un trato.
Valeria sintió un escalofrío de furia. Todo su ser se rebelaba ante la idea de un matrimonio arreglado. Pero sabía que estaba acorralada. Si se negaba, su familia pagaría el precio.
Se volvió hacia Tomás, con los ojos encendidos por el desafío.
-Si creen que voy a ser una esposa sumisa, están muy equivocados.
Tomás le sostuvo la mirada con una sonrisa ladeada.
-Y si crees que esto será un cuento de hadas, prepárate para la pesadilla.
El acuerdo estaba hecho. Pero ninguno de los dos pensaba ceder.