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Para casarse, Fernando engañó a Melani. Durante tres años, han disfrutado de un matrimonio aparentemente feliz, hasta que la inesperada reaparición de Luis, el primer amor de Melani, sacude su estabilidad. Con la verdad finalmente revelada, Melani se enfrenta a un dilema: ¿permanecerá junto a Fernando, aferrándose a la vida que construyeron, o se arriesgará a recuperar el tiempo perdido con Luis?
El murmullo del restaurante llenaba el aire con un sinfín de conversaciones superpuestas, risas discretas y el sonido de cubiertos rozando platos de porcelana. Las luces tenues daban al lugar una atmósfera cálida y elegante, ideal para una cita especial.
Melani, sentada en una mesa cerca de la ventana, observaba el exterior con cierta impaciencia. Afuera, la ciudad vibraba con la vida nocturna, los autos pasaban veloces y las luces de los faroles iluminaban las calles mojadas por una llovizna reciente. Vestía un elegante vestido rojo que realzaba su figura esbelta, su cabello castaño ondulado caía suavemente sobre sus hombros y sus grandes ojos marrones escaneaban la entrada del restaurante con la esperanza de ver aparecer a Fernando.
Habían acordado encontrarse allí a las ocho, pero él ya llevaba casi veinte minutos de retraso. No era la primera vez. Melani suspiró y tomó un sorbo de su copa de vino tinto, intentando calmar la inquietud que crecía en su pecho.
Fernando era un hombre atractivo, alto, de piel clara, cabello negro bien peinado y ojos oscuros que, cuando se fijaban en algo, parecían escrutar hasta el alma. Aunque su trabajo en una firma de abogados de renombre le absorbía mucho tiempo, su esposa siempre era su prioridad.
Afuera, un taxi se detuvo y de él descendió Fernando con pasos apresurados. Llevaba en su mano tres rosas rojas, vestía una gabardina gris y debajo un impecable traje negro, su porte, siempre seguro y elegante, hacía que llamara la atención sin proponérselo. Entró al restaurante, escaneó rápidamente el lugar y, al encontrar a Melani, sonrió con alivio, pero también con un atisbo de culpa reflejado en sus ojos.
-Lo siento, amor -dijo apenas llegó a la mesa, inclinándose para besar su mejilla con suavidad y le entregó las rosas-. El trabajo se alargó más de lo que esperaba.
Melani colocó las rosas sobre la mesa, entrelazó los dedos y lo miró con reproche.
-Ya me lo imaginaba. ¿Todo bien en la oficina?
Fernando se quitó la gabardina y la colocó cuidadosamente en el respaldo de su silla antes de sentarse. Suspiró y asintió.
-Sí, solo reuniones interminables. Pero ya estoy aquí, y esta noche es tuya -dijo con una sonrisa sincera, tomando su mano entre las suyas- Cariño... recuerdas... una rosa por cada año de matrimonio.
Melani asintió con la cabeza. Recordó su primer aniversario. Aquel día, Fernando le regaló una única rosa.
Su padre estaba en el hospital, luchando contra una enfermedad que lo consumía poco a poco, y él apenas había tenido un respiro en los últimos días. El aire frío de la noche envolvía las calles mientras él caminaba con pasos apresurados. Su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones: preocupación, cansancio y un peso indescriptible en el pecho.
Sin embargo, en medio de la angustia, sintió la necesidad de hacer algo más. De demostrar, aunque fuera con un pequeño gesto, que no había olvidado a Melani. Se detuvo al ver un pequeño puesto de flores al borde de la acera. La vendedora, una anciana de rostro amable, recogía sus cosas para irse.
-Disculpe... -dijo él, con la voz algo ronca por el agotamiento-. ¿Le queda alguna flor?
La mujer sonrió con melancolía y señaló la mesa casi vacía. Solo quedaba una rosa, de un rojo intenso, con los pétalos abiertos en plena floración.
-Es la última, joven. Si la quiere, es suya.
Él sacó unas monedas del bolsillo y las depositó en la mano arrugada de la vendedora. Tomó la rosa con cuidado, observándola por un momento. Era una flor hermosa, pero también parecía frágil, como si un solo descuido pudiera marchitarla.
Cuando llegó a la casa, Melani le abrió la puerta con el ceño ligeramente fruncido. Sus ojos reflejaban la preocupación que sentía por él, pero también una ligera sombra de tristeza.
-¿Cómo está tu padre? -preguntó en voz baja.
Él bajó la mirada un instante antes de responder.
-No hay cambios... Los médicos dicen que tenemos que esperar.
Un silencio se extendió entre ellos. Entonces, él extendió la rosa hacia ella, con un gesto torpe pero sincero.
-Vi esto y pensé en ti -dijo, su voz cargada de algo que no podía expresar con palabras.
Melani parpadeó, sorprendida. Sus dedos rozaron la flor mientras la tomaba con delicadeza. Luego levantó la mirada hacia él.
-Lo siento, Melani... -susurró, con un tono cargado de emoción-. Quería darte más para nuestro aniversario, pero solo pude conseguir una.
Ella sonrió con ternura, sosteniendo su mano sobre la de él.
-Fernando, no tienes que disculparte -dijo con dulzura-. Esta rosa es más que suficiente.
Él la miró con una mezcla de alivio y sorpresa, como si no esperara que fuera tan comprensiva.
Melani jugueteó con la flor por un momento y luego, con un brillo travieso en los ojos, añadió:
-Si tanto te preocupa, hagamos un trato... Cada año, agregarás una rosa más. Así, cuando seamos ancianos, tendremos cincuenta rosas, una por cada año de matrimonio.
Fernando sintió un nudo en la garganta. Su pecho se llenó de una calidez inesperada. No era solo una idea romántica, sino una promesa. Un compromiso silencioso que iba más allá de las palabras.
Sonrió, profundamente conmovido, y la abrazó con fuerza, sintiendo el latido de su corazón contra el de ella.
-Eso suena perfecto -murmuró contra su cabello-. Cincuenta rosas... cincuenta años contigo.
Ella se rio suavemente y le dio un pequeño beso en la mejilla.
Un camarero se acercó con una sonrisa profesional.
-¿Les gustaría algo más?
Fernando se separó de Melani solo lo suficiente para mirarlo.
-Una copa de vino para mí, por favor.
El camarero asintió y se alejó.
-Tengo algo para ti -dijo de repente Fernando, sacando un pequeño estuche de su bolsillo y deslizándolo sobre la mesa.
Melani lo miró con curiosidad y algo de sorpresa. Tomó el estuche entre sus manos y lo abrió con cuidado.
El interior de la pequeña caja de terciopelo reveló un destello sutil pero cautivador. Allí, sobre un suave lecho de satén marfil, descansaba una pulsera de plata de un diseño exquisito. Su cadena era fina, compuesta por delicados eslabones que reflejaban la luz con un brillo suave y elegante. En el centro, colgando con gracia, se encontraba un pequeño dije en forma de rosa, esculpido con un nivel de detalle impresionante. Cada pétalo parecía haber sido moldeado con esmero, con sutiles curvaturas que le daban un aire de realismo.
Era una pieza pequeña, pero su belleza residía en la meticulosidad de los detalles y en el significado que encerraba. No era solo una joya; era una promesa, un recuerdo en forma tangible, un símbolo de amor y delicadeza que parecía capturar un momento eterno dentro de su estructura plateada.
-Fernando... -susurró, tocando la joya con la punta de los dedos.
-Sé que he estado muy ocupado últimamente y que te he hecho esperar más de una vez -dijo él con seriedad-. Pero quiero que sepas que eres lo más importante para mí. Esta pulsera es para recordarte que, aunque esté sumido en el caos del trabajo, siempre pienso en ti.
Melani quedó en silencio, sumida en sus pensamientos, mientras sus ojos comenzaban a humedecerse.
-Separémonos -dijo con firmeza, su voz temblando apenas.
Fernando sintió un golpe en el pecho, un dolor profundo que lo dejó sin aliento. El mundo a su alrededor pareció tambalearse. Aturdido y con la voz entrecortada, apenas pudo preguntar:
-¿Por qué...?
Melani lo miró fijamente antes de pronunciar las palabras que lo cambiarían todo:
-¡Luis ha regresado!
En ese momento, Fernando sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Se congeló y enmudecido solamente miraba fijamente a su esposa, su mujer, su compañera durante cuatro años.
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