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Isabella, una joven inocente, se ve envuelta en una apuesta con el seductor caballero Alejandro. Si gana, Alejandro la protegerá y la cuidará. Si pierde, ella perderá su virginidad a los ojos de Alejandro.
Capítulo 1.
Yo nunca pensé que mi vida cambiaría en una noche. En unos pocos momentos mis esperanzas y sueños se vieron rotos, como vidrio hecho trizas. Me llamo Isabella y este es el inicio de mi historia. Tenía que admitirlo. Yo estaba en problemas y, por supuesto, de nuevo perdía. Esta vez, en un torneo de póker.
Un juego que empezó con risas y conversación entre amigos, una forma de divertirme en un sábado de noche, terminó siendo mi noche más terrible de toda mi vida. Y eso que yo siempre fui muy apegada a mis principios. ¿Por qué habría apostado mi virginidad?
¿Me dejé llevar por las risas de la cerveza y el ruido del casino? ¿Me dejé seducir por la idea de sentirme más osada y excitante? Desde luego lo hice. Y, por supuesto, no podía creer mi mala suerte cuando perdí la última mano, viendo cómo mi futuro se deslizaba entre mis dedos como un pedazo de algodón.
Me quedé allí sentado mirando los ojos fríos de mi oponente, derrotada. ¿Era ese mi destino? ¿Entregar mi virginidad a una siniestra figura oscura? ¿Debía aceptarlo? Entonces, él se levantó de la mesa y se puso su traje. Era más alto, más atractivo y mucho más poderoso de lo que me había parecido.
-¿Cuándo quieres que yo... la reciba? -me preguntó con una voz serena y profunda.
-¿Ah? - dije, tratando de encontrar algo que decir.
-¿Supongo que quieres tener esto... el sábado? - continuó.
-Sí. Bueno, supongo.
-Bien. Conozco un hotel, un poco lujoso, si no te importa.
Mis ojos lo miraron con suspicacia. ¿Era él? ¿Aquella figura oscura y siniestra que imaginaba?
-¿Un hotel? -pregunté.
-Si. ¿O prefieres otro lugar?
-No. No hay ningún otro lugar.
Me levanté de la silla y comencé a salir del casino. Unas cuantas luces estroboscópicas iluminaban el salón, pero sólo yo sabía que era como si fuera a un funeral. El hombre me siguió hacia fuera, y me preguntó cuál era mi nombre y mi teléfono.
-Isabella -respondí.
-Bien. Isabella. Te llamaré.
Cerré la puerta de mi apartamento y me senté en mi silla, tratando de no pensar. ¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había apostado todo? ¿Y ahora? ¿Qué iba a hacer cuando ese hombre llamara? ¿Y qué pasaría después? ¿Cómo iba a soportarlo?
Sentí como mi rostro se calentaba. Mis ojos estaban ligeramente rojos y empezaban a derramar lágrimas de rabia, de miedo, de frustración. ¿Qué había sido de mi vida? ¿De mis sueños? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo iba a vivir con esto?
El día siguiente me desperté temprano, enojada, desorientada. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a cumplir con esto? Caminé al baño y me miré en el espejo. Mi cara estaba pálida, sin color y mis ojos se veían cansados. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a seguir adelante?
Pasé la mañana deslizándome por el día, como si estuviera en un estado de trance. Traté de comer algo, pero mi estómago estaba en un nudo. Cerré los ojos y traté de imaginar lo que pasaría cuando ese hombre llamara. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a pasar por esto?
El teléfono sonó y saltó. ¡Dios mío! Él. Empuje la mano sobre el teléfono. ¿Quería responderlo? ¿Quería hacerle saber que había tenido todo el día para pensar en él? ¿Y que estaba dispuesta a pasar por esto? El teléfono seguía sonando, invadiendo mi silencio. ¿Debía contestar?
¡Maldición! ¿Qué estaba haciendo yo? Necesitaba responder ese teléfono. Respire profundamente y tome el teléfono.
-Hola -dije, mi voz sonando ronca e incómoda.
-Hola Isabella -dijo la voz profunda de él.
Sentí como mi corazón se detenía, como si hubiera saltado de mi pecho.
-¿Cómo estás? -preguntó él, en tono serio y seco.
-Bueno... lo normal -respondí.
-Bien, bueno -dijo él.
-¿Sabes... cuándo quieres que yo... cumpla el trato? -dije titubeante.
-Sí, este sábado -dijo con voz cortante. -También reservó un hotel para que ninguno de nosotros tenga que estar... incómodo .
-Oh, gracias.
-Si. Me he tomado la molestia de encontrar uno que sea tan lujoso como tu virginidad merece.
Sentí como mis mejillas se ponían rojas y calientes.
-¿A qué hora será? -pregunté con voz temblorosa.
-A las 8 de la noche. Te llamaré cuando llegue.
-Bien.
-Entonces, nos vemos.
-Adiós -dije, pero el teléfono ya había colgado.
Durante el resto del día, mis pensamientos se aferraron a la próxima cita. ¿Cómo iba a llegar hasta allí? ¿Cómo iba a soportar esto? Caminé en el piso, sin saber qué hacer. Mi vida había cambiado, lo sabía, y no tenía idea de lo que me esperaba.
En el día siguiente, los nervios me consumían.
Cuando finalmente llegó el sábado, sentí que mi corazón se apretaba en mi pecho. Intenté calmarme, pero el miedo me hacía temblar. Cuando por fin oí sonar el teléfono , me di cuenta de que estaba inmersa en su juego.
-¿Lo has hecho? -dijo su voz.
-¿Qué?
-¿Me has hecho esperar?
-¡Oh! No, no lo he hecho... -contesté, la voz queriendo fallarme.
-¿Estás lista para que te venga a recoger?
Sentí como el miedo me llenaba los poros. No quería estar aquí, ¿por qué había apostado mi virginidad? ¿Por qué había sido tan estúpida?
-Estoy lista -dije.
Antes de que pudiera seguir pensando, sonó el timbre de la puerta. ¿Era él? ¿Tenías que abrir la puerta? Esto era real, no podía escapar. Lentamente fui a la puerta, mis manos temblando sobre el pomo. Lo abrí y él estaba allí, mirándome. Era como un lobo, listo para devorarme.
-Estás... lista -dijo, mirando a mis vaqueros y sudadera.
-Sí. ¿Vamos?
-Sí, pero puedes haberte puesto algo más... elegante -dijo, como un comentario.
-Si. ¿Vamos? -repliqué, tratando de no ponerme nervioso.
Él se retiró y tomó mi mano. Su mano era fría y demasiado grande.
Después de unas horas fingiendo amor frente a su jefe y de un pico después de decir "acepto", la noche pasó sin ningún otro contratiempo. Se marcharon en un Ford descapotable de los años sesenta y finalmente llegaron a la casa de Lionel. Tan pronto como pisaron el suelo, él la observó con aburrimiento y se giró para irse a dormir. No le gustaba estar rodeado de personas, a menos que fueran bailarinas en poca ropa. -¡Oye! -protestó Alexa, pero él no se giró para seguir avanzando-. Se supone que estamos casados -murmuró temblorosa. Finalmente, él se detuvo y Alexa se acercó a pasos firmes, rodeándolo. Lionel bajó la vista para fijarla en ella. Le resultó... ¿Bonita? Supuso que ese era un adjetivo acorde a esa mujer, aunque le parecía insoportable y aquello restaba la belleza que poseía. -¿Qué? ¿Quieres acostarte conmigo? -preguntó él. Ella levantó una ceja para negar, pero ya era tarde. Lionel la tomó entre sus brazos y la recostó sobre la pared. Una mano detrás de su cintura bajó hasta sus glúteos y los apretó. Alexa rodó los ojos para darle un empujón. -Al cabo que ni quería... puedo cogerme mujeres de verdad -se burló, pero no esperó recibir un cachetazo de la dama. Alexa observó sorprendida la mejilla roja de su ahora esposo. Su piel se volvió más pálida de lo normal y retrocedió un paso, luego otro. Lionel se limpió un hilo de sangre que caía en la comisura de sus labios y la observó furioso. Era raro verlo así. Corrió a su lado y la tomó del cuello con brusquedad. Poco a poco, Alexa pudo sentir que el oxígeno no pasaba por su garganta y que estaba quedándose sin aire. -P-por favor... -suplicó, pero Lionel siguió presionando hasta que la soltó arrojándola al suelo. Se limpió el saco, como si ella lo hubiera ensuciado, y se dio la vuelta. Alexa, perpleja por haber sido estrangulada por su esposo, se levantó. -¡Soy tu esposa! ¡Te guste o no! -gritó a todo pulmón. Lionel se giró, buscó algo en su bolsillo y dijo: -Bien. Ten, son diez mil dólares. El próximo mes te daré más, ahora vete. No me interesa tenerte en esta casa. -Somos marido y mujer. Merezco y debo estar aquí -susurró con la voz quebrada y los ojos llenos de sufrimiento. Él le lanzó una sonrisa ladina mientras avanzaba, pero ella, a pesar de temblar por ese hombre, no se dejó intimidar. -Entonces... -comentó mientras bajaba el cierre de su pantalón, sacando su enorme miembro frente a ella-... mételo en tu boca... -canturreó divertido. Lionel se rió de la desgracia de aquella mujer. Y ella lo sabía.
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