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Adele, huérfana y sola, encuentra un nuevo hogar con su padrino Francis y sus hijos, a quienes considera sus hermanos. Sin embargo, la tranquilidad se ve perturbada cuando Lucas, el mayor, se enamora obsesivamente de ella. El intento de poner distancia entre ella y Lucas, fracasa; él no piensa rendirse. Pero la vida le coloca en el camino a un hombre algo mayor, que se conecta con Adele a través de su padre. Tal vez, al fin, pueda encontrar todo eso que había estado buscando: amor, paz y una sensación de pertenencia. Gregory, el abogado, es un hombre maduro y estable, que ha construido una vida exitosa y ahora busca llenar el vacío emocional que ha llevado consigo durante años. Cuando conoce a Adele, se siente atraído por su belleza, inteligencia y fortaleza, y decide abrirle su corazón.
"Tiene forma de mariposa", le dijo el médico con una sonrisa. Era una mariposa marcada a fuego en la pierna de una niña de ocho años.
Adele le devolvió la sonrisa, una sonrisa hueca, vacía, o tal vez demasiado llena de dolor. Aquella mariposa sería el recuerdo perenne de cómo murieron sus padres. Un tatuaje que le recordaría su soledad.
Era demasiado para alguien tan joven, y, sin embargo, ella se aferraba con fuerza a la mano de su futuro padre, conteniendo las ganas de llorar.
-Hoy volverás a tener una familia, Adele. No será como la que tenías, y nunca la reemplazará, pero no estarás sola -dijo el hombre.
El tono dulce de ese hombre alto y serio la calmaba de alguna manera. Lo conocía desde que nació: era su padrino, y lo amaba con todo su pequeño corazoncito, pero no era su padre. A pesar de eso, Adele, a sus tiernos años, tuvo que aprender que a veces la vida podía ser dura y sombría. Se encogió de hombros y cruzó el umbral de aquella enorme casa para formar parte de su nueva familia: los Martin.
Un día, en la escuela, descubrió que los hijos de ese hombre dulce eran sus hermanos. Los niños se burlaban de ella por ser la acogida de los Martin, por ser una extraña, por quedarse sola en los recreos sin querer hablar con nadie. "Rarita", la llamaban. Entonces, Lucas se plantó frente a los abusadores y les rompió la boca, mientras Lele, a su manera, también hacía lo suyo. Ambos terminaron en la dirección, y Francis tuvo que ir por ellos.
-Estaban molestando a mi hermana -fue toda la excusa que presentó Lucas.
Adele lo miró, sorprendida, acongojada y llena de alegría. Lucas le guiñó un ojo.
Desde ese día, el mundo de la mariposa cambió por completo. Los tres comenzaron a andar juntos a todas partes, y ella no se despegaba de ellos. Corría carreras con Lele en la parte trasera de la casona, y Lucas le enseñaba jugadas de ajedrez.
Pasaron las primaveras de los bailes, los veranos de vacaciones en la playa, y Adele fue creciendo junto a sus hermanos hasta convertirse en una hermosa joven de dieciocho años. Para Francis, era tan parecida a su madre.
Ese día, en su cumpleaños, la crisálida se rompió.
Toda la familia salió a cenar para celebrarla: Francis, Lucas, Lele y Norma. Adele estrenó un vestido azul para la ocasión. Regresaron del brazo de sus hermanos para una noche de películas en el sofá. Se acomodaron frente al televisor, y los tres se cubrieron con una sola manta mientras compartían chocolates. No importaba que Lucas ya tuviera 26 años y estudiara en la universidad, ni que Lele, con 16, aún se escondiera bajo la manta en las primeras escenas de miedo, o que Adele, con 18 recién cumplidos, se riera a carcajadas de los sobresaltos de su hermano.
-Todavía se comportan como niños -comentó Norma.
-Son hermanos. Entre ellos siempre será así -le respondió Francis mientras se iban a dormir.
Lele se quedó dormido, como siempre, y Adele le insistió para que se fuera a la cama. Entonces, se quedaron solos, ella y Lucas, que se veía raro, nervioso. Le tomó la mano bajo la manta y Adele lo miró desconcertada. Parecía que ese contacto le dio valor para correrle un mechón de cabello detrás de la oreja. La miraba de una forma extraña.
-¿Qué pasa, Lucas?
-Nada...
Pero ese "nada" se transformó en un acercamiento y en un intento de besarla.
-¡¿Qué haces?! -le dijo asustada, poniéndose de pie.
Lucas también se levantó, y mirándola a los ojos, le dijo:
-Te amo, Adele. Cásate conmigo.
-¿Qué?
-Eso... Te amo.
Lo decía muy serio. Lucas nunca era serio. Adele estalló en carcajadas.
-¿Es una broma? ¡Ahora entrará Lele a lanzarme algo a la cabeza! ¡Lele, ya lo descubrí, entra! -dijo mirando hacia la puerta, con las manos en la cintura.
-¿Te parece que es una broma? -El tono de Lucas había pasado de dulce y tierno a duro y ronco.
-Tiene que serlo... -respondió ella, perpleja.
-¡No, Adele, no es una broma!
Sus manos se enredaron en la fina cintura de ella y la atrajo hacia sí. Al principio, Adele se sorprendió, pero cuando intentó soltarse, él no la dejaba. El forcejeo se intensificó.
-¡Déjame, Lucas!
-¡NO! ¿Qué es lo que no entiendes? ¡Te amo!
-¡Dices estupideces! ¡Suéltame!
-¡ADELE! ¡Basta! ¿Por qué me rechazas?
-¡Eres mi hermano!
-¡NO LO SOY!
De nuevo, intentó besarla, tal vez creyendo que así lo entendería, pero Adele le dio un empujón con todas sus fuerzas y trató de salir de la habitación. Antes de que alcanzara la puerta, él ya la había aprisionado con su cuerpo, y las lágrimas comenzaron a brotar.
-¿Por qué, Adele? Te he visto crecer, te has convertido en una mujer hermosa... tan hermosa -le susurró, rozando su mejilla con la punta de la nariz.
-Por favor, Lucas... por favor, déjame ir -suplicó ella, pero él no escuchaba.
-Tuve que esperar hasta esta noche para decirte lo que siento. Ya no tengo que esconderme para desearte, para querer tocarte... Cásate conmigo, quiero tenerte toda la vida.
-¡NO!
Los continuos rechazos lo enfurecían. ¿Cómo que no? ¿Acaso ella no lo amaba? Golpeó la madera junto a su cabeza.
-¡¿Es por el noviecito que tienes?! ¿Vas a decirme que estás enamorada de ese imberbe?
-¡Eres mi hermano, estúpido! ¡Déjame salir!
-¡Esa boca!
Otro golpe a la puerta, seguido por la voz autoritaria de Francis, gritando desde el otro lado.
-¿Qué está sucediendo ahí dentro? ¡Abre la puerta, Lucas! ¡AHORA!
-¡Lárgate, papá!
-¡ABRE LA PUERTA, MOCOSO!
-¡Abre, Lucas! -se oyó la voz de Norma.
Lucas no tuvo más remedio que separarse de Adele, frustrado y furioso. Ella abrió la puerta y corrió, pero chocó de lleno contra el pecho de su padrino. Con la cara empapada, la boca temblorosa, lo miró y no pudo contener el quejido de dolor que se le escapó del alma.
La cara de Francis se transformó por completo al ver esos ojos llorosos que lo miraban. La abrazó por instinto, queriendo protegerla.
-¡¿Qué pasó?! -gritó.
Lucas caminaba de un lado a otro, como un animal enjaulado, tomándose la cabeza. No podía entender cómo era posible que Adele no sintiera lo mismo. Estaba enajenado, furioso.
-¡¿Qué hiciste, Lucas?! -volvió a gritar Francis.
Lucas detuvo su ir y venir y lo miró de frente.
-¡Quiero casarme con ella! -dijo, agitando las manos en el aire.
Detrás de Francis, el sollozo de Norma sonaba como un lamento.
-¡Estás demente! ¡Es tu hermana!
-¡No lo es! -respondió Lucas, firme.
Francis intentó moverse en dirección a Lucas, pero Adele lo detuvo, y Francis bajó la mirada al ver cómo la joven movía la cabeza de forma desesperada, suplicando silenciosamente: "No". Le pedía que no le hiciera nada a Lucas.
-¡Sabía que esto iba a pasar tarde o temprano! -exclamó Norma. Su voz ya no era un lamento, sino una acusación.
-¡¿Qué iba a pasar, mamá?! ¡Me enamoré!
-¡Estás loco!
-No lo estoy...
Lucas se sentía agotado. ¿Tan difícil era creerle? En realidad, sí. Tenía fama de mujeriego y prepotente. Varias mujeres habían llegado a la puerta de la familia para reprocharle su actitud, y él siempre fingía no conocerlas. Incluso cuando presentó a Sara, su novia, el desfile de quejas no cesó. Así que, para evitar más problemas, decidió mudarse cerca de la universidad. Pasaba temporadas allí y regresaba a casa cuando ya extrañaba demasiado a Adele y no lo soportaba más.
-¿Desde cuándo ocurre esto? -preguntó Francis, temiendo lo peor.
-Desde hace un par de años, papá... ¡No pude evitarlo!
-¿La tocaste? -preguntó, con la voz cargada de rabia.
-¡NO! -gritó Adele.
-¡No me mientas para protegerlo!
-¡No, padrino, nunca me tocó! -respondió con firmeza, diciendo la verdad.
-Yo no... pero seguro ese imbécil que tienes de novio sí lo ha hecho, ¿verdad? -acusó Lucas, volviendo a mirarla.
-¡¿Qué te importa?! -Adele estaba furiosa. No tanto por la declaración de amor ni por el intento de besarla, sino porque Lucas había destrozado lo único que le quedaba: su refugio, su familia.
-¿Y Sara? -preguntó Norma.
-¡¿Sara?! ¡¿A quién le importa Sara, mamá?!
-¡A ti debería importarte Sara! -le respondió su padre.
-Cuando llegaste a esta casa, supe desde el primer instante que esto iba a suceder. ¡Lo supe porque eres igual que tu madre!
-¡Norma! -La voz de Francis se volvió pesada, densa.
¿Qué quería decir con eso?
-¡¿Qué, Francis?! ¡Sabes de lo que hablo! ¡Es verdad! ¡Por eso nunca quise a esa niña en mi casa!
-¿De qué está hablando? -preguntó Adele, confundida.
Norma nunca había aceptado del todo a Adele. Desde el día en que su esposo le avisó de la tragedia y le dijo que la niña quedaría a su cargo, los recuerdos comenzaron a rumiar en su interior. La madre de Adele tenía una mala reputación, una fama desastrosa. El padre de Adele la conoció durante un ejercicio militar, en un bar de mala muerte. Era mesera, servía tragos a los soldados... y algo más. Pero él se enamoró, se casó con ella y la trajo a vivir a su país. Para su desgracia, la madre de Adele no abandonó sus viejas costumbres tan pronto. Norma llegó a sospechar que algo había pasado entre ella y Francis. Aunque él lo negó rotundamente, siempre guardó la duda. Sin embargo, Adele era fruto de ese tortuoso matrimonio.
Lucas conocía esa historia y comenzó a alterarse.
-¿No me aceptarás? -preguntó, mirando a Adele.
-Eres mi hermano, Lucas.
-No lo soy... ¡Esto es culpa tuya! -acusó a su padre-. ¡Tú le metiste esa idea en la cabeza!
Ya no podía soportar más. La mirada triste de Adele, rogando que todo aquello fuera mentira, lo desbordaba. Tomó su abrigo, las llaves del auto y salió de la casa.
-¡¿A dónde vas?! -le gritó Norma, pero él no respondió.
Adele sintió una tristeza profunda, como si los fragmentos de su familia se astillaran. Observó a Francis, su padrino, ese hombre afectuoso que le traía a la memoria a su padre, como si este se presentara a través de él. Luego, vio la cara desencajada y furiosa de Norma, quien, a pesar de rechazarla, había corrido a consolarla las primeras noches cuando las pesadillas la hacían llorar. Finalmente, miró a Lele, que había bajado alertado por el escándalo y se había quedado callado en un rincón, con una mirada de pena.
Lo poco que tenía, lo había perdido en una sola noche. Esa unión, esa cohesión, se había roto. Nunca se había sentido parte de ellos, solo había sentido un profundo cariño por las cuatro personas que la acogieron cuando no tenía a nadie más. Siempre supo que ese equilibrio era frágil, que era un "sapo de otro pozo".
-No te preocupes, podemos resolver esto -dijo Francis.
-¿Cómo piensas resolverlo? -preguntó Norma, con burla.
-¡De alguna manera!
Esa noche, Adele lloró de nuevo por sus padres, por Francis y Lele, por Norma y Lucas. Tal vez había llegado el momento de salir al mundo por sí misma, de buscar su propio lugar en él. No sabía qué hacer ni a dónde ir, pero sentía que había llegado la hora de abandonar la seguridad de esa casa. ¿Cómo iba a quedarse después de todo eso? No podía imponerse sobre el hijo mayor, ni desplazarlo, y tampoco quería hacerlo. Solo causaría más dolor.
Sin embargo, Adele tenía una voluntad de hierro, forjada por años de abandono y desapego. Estaba acostumbrada a caer y levantarse. La vida le daba cosas, personas, sentimientos, emociones... y luego se las quitaba. Quizás, si ella misma se fabricaba su propia pertenencia, la vida dejaría de ser tan mezquina.
Tomar la decisión no fue fácil, pero tuvo que hacerlo. Con suerte, Francis no se enojaría tanto. Con suerte, Lucas se olvidaría de todo después de un tiempo. Con suerte, su familia volvería a estar unida, pero sin ella. Podía hacerlo, lo sentía. Era su forma de agradecerles por los años en los que la cuidaron y le dieron tanto cariño.
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