Estaba hojeando un libro, pero mi mente estaba en otro lugar. Las páginas pasaban sin que realmente absorbiera nada de lo que estaba leyendo. Era uno de esos días en los que la nostalgia me atrapaba, me arrastraba hacia recuerdos que intentaba mantener a raya.
Recuerdo perfectamente el día en que Alejandro me dijo que se iba. El sol se ponía, tiñendo el cielo de un naranja suave mientras caminábamos por el parque que tanto habíamos frecuentado. Yo estaba nerviosa, el corazón latiéndome con fuerza porque, por fin, había decidido decirle lo que sentía. Pero antes de que pudiera articular las palabras, él lo dijo.
-Me voy, Sofía. He conseguido una beca para estudiar en el extranjero. Es una gran oportunidad... pero estaré fuera por mucho tiempo.
Las palabras se me quedaron atoradas en la garganta. Todo lo que pude hacer fue sonreír y decirle lo feliz que estaba por él. Lo abracé, apretando con fuerza, intentando memorizar cada detalle de ese momento, porque sabía que todo cambiaría.
Y cambió. La vida siguió su curso sin Alejandro. Al principio, nos escribíamos cartas, compartíamos pequeños detalles de nuestras vidas. Pero, poco a poco, las cartas se hicieron menos frecuentes, los mensajes más distantes. Sabía que él estaba construyendo su futuro, pero a veces me preguntaba si alguna vez pensaba en el pasado, en lo que pudo haber sido si tan solo...
Todo había cambiado, ya yo no era la misma chiquilla con sueños e ilusiones, había abandonado la universidad por un trabajo para poder salvar a mi familia, pero mis sacrificios fueron en vano, mi madre había fallecido y mi padre no sabía ni quien era, mama nunca lo confeso. Ahora yo era una simple joven de veinte y cuatro años, jefa de camareras en el mejor hotel de la ciudad, pero alguna vez soñé con ser una gran administradora, supongo que los sueños son solo eso.
Sacudí la cabeza, volviendo al presente. Miré el reloj. No tenía ninguna cita, ningún motivo para estar ahí salvo mi propia necesidad de estar en un lugar que me conectara con algo familiar. Pero entonces, sentí una presencia que me hizo levantar la vista.
Alejandro estaba ahí, en la entrada de la cafetería, como si los años no hubieran pasado. Llevaba una camisa blanca, el cabello un poco más largo, con esa misma sonrisa que siempre lograba desarmarme. Me quedé congelada, incapaz de procesar que realmente estaba frente a mí.
Él me vio y, por un momento, pareció dudar. Pero luego sonrió, una sonrisa más suave, más triste de lo que recordaba, y se acercó.
-Sofía-dijo, su voz profunda y cálida. -¿Puedo sentarme?
Asentí, incapaz de encontrar mi voz. Se sentó frente a mí, y por un momento, ambos guardamos silencio, como si estuviéramos intentando reconstruir los años perdidos a través de miradas.
-No puedo creer que estés aquí- logré decir finalmente, aunque mi voz sonaba extraña, como si no fuera mía.
-Vine a ver cómo estaba todo. Es extraño volver después de tanto tiempo.
Nos quedamos en silencio de nuevo, pero esta vez era más cómodo. Había algo en su presencia que me calmaba, incluso cuando mis pensamientos eran un torbellino. Quería preguntarle tantas cosas, pero no sabía por dónde empezar.
-¿Te quedaras mucho tiempo? -pregunté, y me odié a mí misma por lo banal de la pregunta. Pero necesitaba saberlo, saber cuánto tiempo me quedaba con él antes de que volviera a desaparecer.
-Recién llegué. Pensé en pasar una temporada aquí, retomar algunas cosas.
-¿Qué cosas?
Sonrió de nuevo, pero sus ojos eran serios.
-No lo sé. Supongo que necesito redescubrir qué significa este lugar para mí.
Había algo en su tono, algo que insinuaba que no estaba hablando solo de la ciudad, sino de algo mas. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de esperanza y temor.
-No has cambiado mucho-dije, intentando sonar casual-Sigues siendo ese Alejandro que siempre tenía una respuesta para todo.
-¿Y tú? ¿Sigues siendo la Sofía que se queda callada cuando tiene algo importante que decir?
El golpe fue suave, pero directo. Nos quedamos mirando, y en esos segundos, todo lo que había guardado durante diez años amenazó con desbordarse. Quise decirle que no, que ya no era esa Sofía, que había cambiado, que había aprendido a decir lo que sentía... pero la verdad era que, frente a él, me sentía como aquella adolescente de nuevo, incapaz de ser valiente.
-Quizás-respondí, dándome cuenta de que, a pesar de los años, aún había partes de mí que no habían cambiado. Partes que aún temían, que aún dudaban.
Alejandro suspiró y, por un momento, pensé que iba a decir algo más, algo que rompería el delicado equilibrio que habíamos construido en esos minutos. Pero en lugar de eso, solo se recostó en la silla, mirándome como si estuviera viendo algo que solo él podía entender.
-Me alegra verte, Sofía. Más de lo que puedo explicar, a la final eres la única amiga que conserve aquí después que me fui.
No sabía qué responder, así que solo sonreí.
-¿Quieres caminar? -le pregunté, buscando algo más seguro que decir.
-Me encantaría-dijo, levantándose. Y mientras salíamos juntos de la cafetería nos ganamos unas cuantas miradas de varias persona, al parecer arriba existía un Dios que me estaba concediendo una segunda oportunidad, o tal vez era mi mente.