No todos cuentan con el valor requerido para armar semejante teatro, yo lo había vuelto costumbre. Lo hice aquella vez cuando aguante la respiración setenta y siete segundos para darles una lección a mis hermanos y también lo hice con Ethan para que se produjera nuestro primer beso. Pero esta vez fue diferente. Mis quejosos lamentos mientras me arrastraba la corriente del río parecían reales, la única testigo de todo fue Wada, demasiado cobarde para hacer algo al respecto. Solamentefueron encontradas la canoa desgarrada y una bota en el acantilado.
Esa tarde observaba mi entierro bajo la sombra de un árbol lejano. Todos vestían de negro, con lentes oscuros e incluso paraguas por la llovizna presente. Todos excepto ella. Clara vestía de blanco cual ángel, la lluvia caía sobre su menudo cuerpo. Llevaba en sus manecitas un ramo de rosas que por cada suspiro largaba un pétalo.
La vi tan afectada que quería acabar con aquella farsa y correr a abrazarla. Entonces volteé la mirada para sentirme menos culpable, me topé directamente con los ojos fríos y la sonrisa petrificante de una mujer que vestía de terciopelo, tenía como alas y parecía recién levantada de la tumba. Un parpadeo después su presencia había abandonado mi campo de visión.
Volví a dirigirme a mi familia, esta vez buscaba a Connor, era imposible que mi hermano favorito no estuviese aquí.
Justo después de la irrespetuosa melodía de aquella llamada, se anunció una verdadera desdicha, un grito desgarrador hizo eco por todo el sombrío cementerio.
El cielo se rompió en llanto, empapando a todos, rugía de enojo.
Entonces lo entendí, la muerte había reclamado un alma a cambio de mi libertad. No sabía que mi decisión desataríaese desastre. Un sabor agridulce besaba mis labios, el díade mi gloria y mi derrota, sangraba mi pecho, se destrozaba algo en mi interior. Sentí frío y muchísimo miedo. Moría estando viva.
A la mañana siguiente junto al ataúd vació, yacía el cuerpo inerte de mi hermano mayor.
Mis pensamientos torturándome se volvieron mis enemigos. Los recuerdos pasaban por mi mente como una película, y solo necesitaba su abrazo, su beso, su protección, su consuelo...lo necesitaba a él.
No podía volver a mi escondite en el patio trasero de mi casa, los periodistas estaban por todas partes. Esperando declaraciones como si fuese una obligación. Pisoteando el dolor ajeno, y hurgando sin piedad en la herida.
En los periódicos eran titulares: La desgracia de la familia Freud.