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Una monja y un mafioso inmersos en un conflicto donde Secretos ocultos saldrán a la luz y ambos sabrán que nada es coincidencia del Destino.
¡Llegó el día! Por fin llegó el día de mi cumpleaños número dieciocho.
La hermana Corine me dijo que hoy por fin será mi turno para celebrar el sacrificio, conoceré a Dios, podré rezarle frente a frente, podré leerle la carta que vengo escribiendo desde que las hermanas me enseñaron la escritura y la lectura, pidiéndole que encuentre a mis padres y les diga que los perdono por abandonarme, que el señor siempre nos tendrá a todos en su corazón y que jamás los he culpado, cuidar niños no es nada fácil, lo sé, porque me repiten todo el tiempo lo tedioso que fue criarme, a mí, Jelena a secas, no tengo un apellido, una chica sin familia no lo necesita, dijeron, y cuánta razón tenían.
Dejé la iglesia luego de escuchar la primera misa del día, hice una pequeña reverencia, besando mi rosario y me dirigí hacia el comedor, alisando mi hábito, sonriendo feliz al recordar el día de mi consagración a los dieciséis, entregándome a esta orden religiosa que vive en un convento de clausura, nosotras tenemos la obligación de quedarnos dentro y nadie del exterior puede entrar para así no tener distracciones ni ser tentadas por satanás, que Dios me libre de todo pecado.
- Hermana Jelena, la hermana Corine la está buscando, dijo que hay muchas cosas que debe hacer antes de su celebración del sacrificio.
Dijo la hermana Artie colocándose a mi lado en la fila para esperar la comida, mañana es mi turno en el comedor, debo levantarme a las cuatro de la mañana si quiero ayudar a preparar todo y asistir a la misa.
- Gracias hermana, iré con ella enseguida.
Recogí mi desayuno y con toda la calma que pude a pesar de la ansiedad, caminé hacia la hermana Corine, postulante a abadesa, el máximo cargo dentro de este convento, lugar dirigido por siete abadesas, un mal número, es necesario que exista otra, muy necesario.
- Hermana, buen día.
Salude sin tomar asiento, las monjas nos regimos por una estructura muy cuadrada, todo va en la edad y sus logros, la hermana Corine es postulante a abadesa y es lo más probable que consiga el cargo, por lo tanto, está sentada con las demás abadesas.
- Buen día, hermana Jelena, bien sabrás que hoy es tu día del sacrificio, por lo tanto, Dios te liberó de tus deberes por el día de hoy para que cumplas con esta lista - entregándome un papel- Cumple con todo sin falta y quédate en tu cuarto, no almorzarás ni cenarás, el padre Nikolas irá por ti a las diez en punto de la noche.
- Sí hermana.
Sin chistar di media vuelta y dejé el comedor para dirigirme a mi cuarto, desayunaría ahí mientras leo la lista de cosas que...
- ¡Que blasfemia! - leyendo la primera condición- Está prohibido depilarse ¿Por qué lo haríamos? Dios... Dios nos trajo así al mundo... entonces...
Sonrojada hasta las orejas, leí la siguiente parte de la lista.
- ¿Lencería? ¿En...enca...je? ¿Qué es encaje? ¿Debo quitarme el hábito para conocer a Dios? ¿No es esa una falta de respeto?
Miré la canasta desconocida junto a la puerta, tenía una nota
"Para la celebración del sacrificio, felicidades".
Estaba repleta de artículos prohibidos para una consagrada.
Como la monja más joven de este claustro, muchas hermanas han estado felicitándome, pero no me contaron los detalles de sus sacrificios, dijeron que debía vivir la experiencia, lo cual no ayuda mucho a que la ansiedad disminuya.
Lo tercero en la lista es maquillaje, labios rojos, a Dios le gusta el rojo... dice aquí.
Lo cuarto es beber una botella de vino completa, vino hecho por Dios, debo ser agradecida con lo que él nos ha otorgado.
Quinto, bañada, perfumada y bien peinada, debo mostrarle mi cabello a Dios... se supone que soy su esposa, pero mostrar mi cabello es un poco... un poco vergonzoso.
Y así una larga lista de cuidados personales que estaban bastante prohibidos, estoy... escandalizada, pero si Dios lo pide, cumpliré al pie de la letra.
Siendo las nueve de la noche, bañada, perfumada, bien peinada, maquillada, depilada por completo, con mi piel suave por el aceite de bebé y de exquisito aroma, viéndome al espejo con esta... diminuta ropa interior, un corpiño que aprieta mi pecho y lo levanta, juntando ambos senos, unas bragas diminutas que cubren... muy poco, que vergüenza... y... estaba algo mareada, el vino no me está sentando muy bien, creo que a esto le dicen emborracharse ¿Por qué Dios me querría borracha? Pronto lo descubriría.
Me puse mi hábito y tomé asiento en mi cama, llenando la ultima copa de vino que quedaba bebiéndolo de a pocos sorbos, sintiendo los dedos entumecidos y torpes, mi mente no estaba razonando muy bien, supongo que, de esta manera, Dios se sentirá menos incómodo por conocer a otra de sus fieles creyentes, estoy emocionada.
- Hermana Jelena, es hora -Sonrió el padre Nikolas, abriendo la puerta de mi cuarto- ¿Cumplió con todas las exigencias para hoy?
- Todas y cada una de ellas, padre.
Poniéndome de pie tambaleante, siendo sujetada por él antes de terminar en el piso.
- Lo lamento, padre, es... es que estoy muy torpe.
- Es parte de la experiencia, hermana -sujetándome por la cintura para no caer, que amable es el padre Nikolas- Vamos, todos esperan.
Ayudándome a caminar, saliendo del cuarto.
- ¿Quiénes son todos, padre?
- Las abadesas, las hermanas y nosotros, los sacerdotes que las visitamos cada tanto para confesarlas y librarlas de pecado.
Asentí siguiéndolo hacia el salón, el único lugar dónde no había ni un solo crucifijo ni figura sagrada, recuerdo muy bien que de pequeña pasaba mucho tiempo aquí para ser castigada por las hermanas, varillazos en la espalda por insolente, quisquillosa con las comidas, por no aprender a leer rápido o por escribir con faltas de ortografía, mi espalda es un mapa de todo lo mal que hice y sigo haciendo, este lugar no me trae buenos recuerdos.
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