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Mariana trabaja en una ONG como abogada y conoce a Manuel, quien es su jefe. Mariana y Manuel, viven un tórrido romance, ella sale embarazada. Manuel es millonario y busca una heredera: Lucía. Manuel muere de cáncer y deja a Mariana millonaria, sola y con una hija. Mariana es rescatada por su mejor amigo: Luciano. Quien regresa por ella y se casan en medio de una gran fiesta. Mariana se casa embarazada de Luciano. Mariana es una mujer madura y tiene un embarazo de alto riesgo. Aun así nace Mauricio. Mariana es recluida en terapia intensiva. Luciano sufre un grave problema de depresión. Al pensar que perdería a Mariana cae en un cuadro depresivo. Mariana sufre un problema del corazón que apenas puede vivir con él. Son horas angustiantes para Luciano cuando ella se agrava y casi la pierde. Ellos viven un intenso amor que los une hasta el infinito. Pronto sufrirán la muerte de sus madres, lo cual apenas pueden soportar. Mariana tiene a su amigo Aleiber quien los ayudará en su problema de salud y la rescatara de los trágicos episodios que vive su amiga.
Aquella tarde lluviosa, recuerdo que lo que había pasado esa noche: era una noche llena de erotismo y mucha sensualidad, de pasión desbordada, apenas podíamos contenerla, pensaba que lo inevitable estaba por pasar nuevamente, estábamos sentados en mi café preferido, él solía complacerme en aquéllos pequeños detalles que hacen crecer una relación, la cual apenas comenzaba. Me tenía tomada de la mano, la cual besaba lentamente, como si fuera el postre que se disfruta largamente.
Intenté hacer una conversación fluida con él, pero el solo asentía, me decía simplemente no, o hablaba cortas frases, las cuales me frenaron y por un rato me sentí nerviosa, atrapada de su mano, como si estuviera probando lo fuerte que era, o el poder que tenía sobre mí. Sintió mis nervios, entonces bajo la presión de su brazo sobre el mío, y empezó a besarlo dulcemente.
Asentí, y le besé muy tiernamente los labios, su acento de aquellas tierras ibéricas, me transmitía mucho deseo. El correspondió tiernamente a mis labios, y los besó con tanta ternura como yo lo deseaba, entonces comencé a gemir, el sólo roce de sus labios me estremecían, pero también sentía un poco de angustia: Él era mi jefe.
Pasábamos mucho tiempo en ese café, después de salir del trabajo, íbamos a hablar y conversar de temas sin importancia, sólo estaba presente el deseo de vernos en un sitio que no fuera el hotel. Estábamos asilados en un hotel elegante, eran nuestras oficinas, mientras la organización arreglaba lo concerniente al arrendamiento de una oficina apropiada para nuestros oficios de ayuda a los refugiados y desplazados. La organización para la cual trabajamos no aceptaba idilios o romances entre sus trabajadores, a menos que fuera algo oficial que terminaría en matrimonio. Por el momento no pensábamos en algo tan serio como el matrimonio, pero nos gustábamos y esa era una realidad que había terminado por romper las reglas tan estrictas que teníamos sobre el tema.
Para él no era difícil saber que me gustaba el silencio y la calma, la meditación y los mándalas, sabíamos tanto el uno del otro, que parecíamos amigos o almas conocidas en el más allá. Así, que esa tarde, que llegó hasta la noche, sólo estábamos allí, disfrutando de la presencia del otro, a veces el me besaba las mejillas, las orejas, y rozaba mis labios, yo lo disfrutaba tanto que gemía, él escuchaba mis gemidos, como luego yo me tensaba. Yo podía ver como él disfrutaba de una erección, pero, en ese momento solo estábamos disfrutando del comienzo de una noche apasionada, de solo tenernos el uno al otro.
Soltó mi mano por unos momentos, mientras pedíamos algo para cenar, pasaba su mano por entre mis muslos, mis piernas gruesas, y solo me pedía tranquilidad. Yo me tensaba y estaba a punto, no soportaba más el deseo. Mientras más tranquilidad me pedía, más deseosa me sentía de él. Lo prohibitivo a veces puede ser muy estresante, a veces es imposible, seleccionar lo que se desea.
Ese día usaba jeans y la franela de la organización, tenía mis panty de encajes y mi sostén de encajes rojo que contrastaba con mi piel canela. Creo que adoraba mi ropa interior, porque me la arreglaba con mucha delicadeza, como cuando dejas caer un tiro del sostén, y él me lo llevaba a su sitio.
Esa noche, el me llevó a mi habitación como siempre lo hacía, teníamos todos nuestros accesorios e instrumentos de trabajo en las habitaciones, así que era normal, ver a mi jefe en mi habitación. Cerró la puerta con cerradura, y comenzó a besarme, de manera muy cálida, sus labios húmedos, pasaban por mi pelo, mis mejillas, mi cuello, mientras él escuchaba mis gemidos, seguía besándome con más pasión, me quitó la franela de la organización, y tocó mi hueso supra terrenal y mis senos redondos, con aureola grande y pezones marrones, sintió que estaba llegando a un primer orgasmo, chupando mis pezones, de una forma tan deliciosa que no puedo recrear en este diario, al escucharme gemir fuerte y más fuerte hasta que tuve el primer orgasmo, yo me así de su cabellera, de su cuello, clavándole mis uñas rosadas.
Luego que suspiré, me quitó mi jeans ajustado que delineaba muy bien mi cuerpo torneado. Lamió mis piernas, acarició mis muslos, abrió mis piernas y metió su cabeza en mi pubis, metiendo su lengua, en mi clítoris, dándole suaves toques que me hacían chillar de placer. Mis fluidos corporales no tardaron en aparecer, él los bebió lentamente, y luego introdujo su pene con mucho cuidado, me escuchó gritar de placer, era mi segundo orgasmo, me había acostado en la cama para disfrutarme sin piedad. Cuando sintió mi humedad y mis gritos, se detuvo a escucharme oír de placer. Disfrutaba escucharme gritar, así que se esmeró para que ello sucediera más seguido, me penetró con sutileza, entonces sintió mi estrechez. Comenzó a sentir las palpitaciones de mi vagina que exprimía su pene erecto y grande, le gustó que mi vagina lo atrapará y lo succionará cada vez más rápido, seguía bombeándome lentamente, pero mi vagina le pedía que fuera más rápido, me hacía languidecer de placer, que se tomara el tiempo para besarme mientras me penetraba y su coito se hacía más placentero, le pedí que no terminará, el obedeció y trato de no venirse tan rápido, mantuvo su pene erecto, dentro de mí. Mientras lamía mis pechos redondos y mis pezones marrones, entonces los orgasmos aparecieron uno tras otro, yo sentía que el tiempo no pasaba, solo gritaba de placer, cada vez mis orgasmos fueron más lentos y duraban más. No sé cómo mantuvo su pene tanto tiempo erecto dentro de mí. Hasta que escuché sus gritos de placer, sentía su esperma dentro de mí vagina. Era delicioso sentirlo dentro de mí. Probarme a mí misma con sus labios embebidos de mí. Estábamos desnudos, siendo uno solo en mi habitación que fuera designada. Mi jefe, me había poseído con tanto placer, que esa noche fue interminable.
Pasamos horas uno encima del otro, le gustaba que yo me montara sobre él y lo cabalgará con tanto placer, como él lo hacía dentro de mí. Esa noche dormimos muy poco, le pedí que me dejará ir al baño a lavarme como siempre lo hacía. Pero entonces él me dijo en su tono de voz ronca y acento ibérico:
–No me quites ese placer.
Me llevó el baño, puso el agua a temperatura, y me baño con la ternura, que nunca había probado, lavó mi cabello con mi champú olor a vainilla, y me dijo:
–No puedo dormir, sin este olor... mañana hablaré con la organización.
Disfrutamos del agua, del jabón pasar por nuestro cuerpo de tocarnos el uno al otro, de lamer su pene hasta ponerlo erecto, no soportó el orgasmo, y tragué su esperma, no me importó. Me gustaba escucharlo gemir y venirse de placer por mi cuerpo, mi olor, y todo lo que era yo, cuando estaba con él. Al amanecer, nos encontramos abrazados uno junto al otro, yo solo tenía mi panty de encajes roja, y tenía los senos al aire, él estaba recostado de mi cuerpo, dándome placer, acariciando mis senos, solo acariciándolos mientras yo desperté gimiendo. Los volvió a chupar, y a chupar hasta que llegué a un orgasmo, entonces desperté completamente. Había pedido el desayuno a mi habitación, no era raro que eso ocurriera, a veces desayunábamos en mi habitación o en la de él. Yo lo hacía con mucha ingenuidad, pero a él le fascinaba verme despeinada, ser el primero en darme la taza de café. Le dije que apenas había dormido y necesitaba dormir un poco más, ese amanecer, no tomé café como siempre lo acostumbrábamos, me dejó dormir, así desnuda como estaba, observándome cada milímetro de mi cuerpo, y que él había poseído sin compasión.
Manuel tenía 51 años y yo 42, ambos éramos abogados de una organización sin fines de lucros. No parecía un hombre tan maduro, tenía unas pocas canas, era alto y blanco, los ojos marrones, su nariz y su boca muy fina, un cuerpo muy definido, era muy fuerte, su pasión eran los deportes, así que no me extrañaba su bello cuerpo tonificado. Yo un poco más joven pero también madura, tenía el cuerpo torneado propio de las mujeres caribeñas, mis senos redondos y mis pezones marrones, mi cara fina y alargada, mis labios gruesos y rosáceos, mi cintura definida, mi cabello azabache liso, se esparcía sobre mi espalda, mi mirada alegre y mis ojos cafés y grandes, escribía muy de vez en cuando, me gustaba bailar y las artes, creo que le gustaba ese toque de sofisticación que me hacía muy dulce y delicada. Yo no sabía que mi jefe estaba enamorado de mí pero llegó un día en que la pasión nos desbordó y este día era un día lluvioso.
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