u oponente parecía perfectamente a gusto con su chaqueta. Él, desde luego, n
mos
los piratas empezaron a vitorearlo. La
ese filibustero, milo
eraba
con sus pi
l hombre llam
ata marina
cumplieran todos sus sueños. Robert el Rojo seguía calibrándolo. Entonces comenzaron a luchar. Lentamente, casi con cortesía. Un toque de las espadas. Un encuentro de los Después empezaron en serio. Loga
do por su instinto, y comprendió que acababa de salvar la vida. Pero había estado a punto de perderla. Muy cerca. Iban a luchar sólo hasta que hicieran brotar por
idado con ese buc
i acorralado al pirata contra el camarote principal, Robert el Rojo dio otro salto y rebotó en un tonel. Esta vez, al atacar, estuvo a
Logan vislumbró los ojos del pirata. Estaban entornados y tenían una expresión asesina. Los cantos, las bromas, los vítor
ventaja. Gran parte de la destreza en el arte de la espada residía en la mente, en ser capaz de idear una estrategia para usar con la máxima eficacia el propio talento. Un hombre corpulento usaba su peso y su fuerza; un hombre delgado, su agilidad. Para vencer al pirata, él tenía que anticiparse a cada
siado tarde que Logan había adivinado sus intenciones. Aterrizó frente a él. Y Logan le puso la punta de la espada en la garganta.
calc
de la espada e hizo una reverencia. Al incorporarse, se encontró con l
e palabra, capitá
ta se s
. No me habéis
riros. Pero teníamos un trato,
soy un
pirata es más grande que e
vos del honor
Robert
uchos años por
ontra la espada de su oponente y casi la hizo volar. Rápidamente tocó con la p
era s
de sangre de su mejilla. Se limitó a volverse y a caminar hacia la puerta del