sta de Elen
a respiración contenida en mi pecho, una esperanza desesperada y tonta p
sta de inflexión, llegó
icipabas mis necesidades. Mantenías el orden. Me permití
mi cordura restante. Conveniente. Mantenías el orden. Le permitías concentrarse. No estaba hablando de una p
uta y sin adornos. Todos los años, todo el sacrificio, toda la devoci
numental. Pero las palabras murieron en mi lengua, reemplazadas por un cansa
e, mi voz plana, muerta-. Grac
ue el sonido de una década haciéndose añ
taba a una semana de distancia, mi asistencia seguía siendo obligatoria. Me senté en la últi
poliméricos de alta resistencia». Mi trabajo. Mis palabras. Mi propiedad intelectual.
talla condenatorias. Registros de datos brutos. Borradores tempranos de resúmenes. Todos llevando claramente mi nombre, Elena Cervantes, como autora principal, que databan de año
momento antes tan triunfante, se puso blanco como la cal. Sus ojos
la rabia, la traición, mi ética profesional seguía intacta. Pero Alonso, desde su asiento
ada de dolor. Incluso ahora, después de todo, todavía me veí
se levantó. Caminó hacia el escenario, una figura tranquila e impo
o son significativas. Estas acusaciones anónimas son infundadas. -Hizo una pausa, luego sus ojos parpadearon hacia mí, un brillo frío y despectivo-. Y en cuanto a la participación de la D
ajo, de toda mi identidad profesional. Me había reducido a una técnica de laboratorio, una mera introductora de datos. Los aplausos para Karla, momentos ant
úplica silenciosa en sus ojos. Él le dio un asentimiento
en puños. Todo mi cuerpo temblaba con ella. Esto no era simplemente un inconveniente. Esto era
dos los ojos de la sala se volvieron hacia mí. Ignoré sus miradas,
a el escenario. Hacia ellos. Hacia el hombre que me hab
titud, se clavaron en mí. Un destello de alarma, de algo parecido al m
elante, su mano extendiéndo

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