img La venganza implacable de la exesposa  /  Capítulo 1 | 10.00%
Instalar App
Historia
La venganza implacable de la exesposa

La venganza implacable de la exesposa

Autor: Gavin
img img img

Capítulo 1

Palabras:2455    |    Actualizado en: 19/12/2025

quiátrica mientras estaba embarazada. Me robó a nuestro hij

ia, criando en secreto a nuestra hija, I

r. Su amante, Kiara, empujó a Isabel, cuya cabeza se es

jé caer. Era el diario de su hermana muerta, que contenía la verdad que

d. Cree que puede comprar mi perdón. No tiene ni idea de que e

ítu

ista de Ji

taba al otro lado del gimnasio de la escuela. Reconoció mi rostro, pero no a

stro hijo, con el rostro contraído en una mueca de furia.

El vestido delgado que llevaba, remendado de tantas lavadas, no ofreció ninguna protecci

el dedo. Su voz era aguda, un eco de la autoridad resonan

rdo-, sostenía un dibujo a crayón de un pájaro azul. Era idéntico al que Ad

stados rechinando en el piso. Me arrodillé junto a Isabel, atrayéndola hacia mí, buscando raspones. Su respiración

hí, flotando como una sombra, reforzando la mentira. Alisó el uniforme perfectamente planchado de A

yor, más afilado, más formidable. Seis años. Seis años desde que había destrozado mi mundo. Se había esculpido a sí mismo hasta convertirse en

l dolor era ahora una molestia sorda, enterrada baj

resa que no podía ocultar del todo. Era una calma ensayad

de pie, limpiando el polvo de su vestido. Se apoyó

a y yo. Hubo un destello de algo indescifrable en sus ojos mientras se

se escondió detrás de la pierna vestida de seda de K

.. naturalmente propensos a los

e, mi mirada

le falta disciplina -mi voz era plana, desprovista de

rcó, su presen

reguntó, yendo directo al grano, co

i hija tenga las mismas oportunidades que tu hijo. Una educación adecuada. Una vi

una leve sonrisa j

nuando que t

inquebrantable-. Tú creaste esta situación

ismo castaño rojizo profundo que el mío, luego a la curva de su mejilla, antes d

ra sí mismo. Dio un paso involuntario hac

ivo. Coloqué sutilmente a Isabel detr

ertí, mi voz un su

nó, su mirada pene

argada, una verdad peligrosa. Me reí, un sonido áspero y

ue me encerraran, embarazada y sola? -mi voz se elevó, cada palabra un da

, la acusación d

cimiento y dolor en sus ojos-. Me odiabas lo sufi

mi voz bajando a un suspiro cansado-. Solo e

sacar un pañuelo para Isabel. Mis dedos rozaron un pequeño dia

ndo abierto en el suelo entre sus lustrados zapatos de cuero. Las p

ocimiento, luego un destello de intensa emoción -duelo, quizás, o shock- cruzó su rostro. Era un

sobre las delicadas páginas.

hé el m

a Gerardo por completo. Nos movimos rápidamente a tra

uda e insistente. No era una pregunta

bía que no me alcanzaría. Todavía no. Conocía a Gerardo. Era un tiburón. Olf

s, el diario apretado en su mano, sus ojos escudriñando la distancia por donde yo había desaparecido. Parecía perdido, un

evolvió en

tó, su voz pequeña e inocente-.

, mi cuerpo eléctrico por la adrenalina. Me veía casi saludable, casi vibrante. Era un marcado contraste con

Mi sonrisa se desvaneció, reemplazada por la famili

bel, su pequeña mano trazando el contorno d

cinco años, pero era lista como

tiempo -dije, eligiendo mis palabras co

ada pensativa. Isabel heredó los rasgos llamativos de Gerardo, suavizados por

e las palabras sabían a ceniza-. Es solo... un puente que

i escape, palpitaban en mi cadera y hombro. Las cicatrices bajo mi ropa se sentían como marcas al rojo vivo. Las delgadas suelas de mis zapatos no ofr

y ruinosa calle, una elegante camioneta negra, demasiado cara para est

y algo completamente diferente: una desesperación cruda y frenética que no había visto desde... desde a

i suplicante-. Déjame ayudarte. Esto no es

po retrocedió, un instinto primario para pro

-escupí, comenzando

ta en un instante,

ó la mano, su mano flotando

na y el hombre desconocido, gimió, hundien

grosa. Intenté pasar junto a él, pero fue sorpren

verla. -Sus ojos estaban fijos en Isabel,

ncontraron con los de él. Un momento de silencio se extendió entre ellos, un reconocimiento mudo pasan

Pa

se aflojó. Se le cortó la respiración, un temblor visible recor

ajarse. No esperé. Pasé junto a él, la adrenalina corrien

ó, por s

acaba de decir? -su voz

u presencia. Se quedó en el pavimento agrietado, su costoso traje completamente fuera de lugar. Sus ojos recorrieron l

susurro, como si las palabras mismas estuv

apartamento de la UNAM rebosante de libros y luz, la vida cómoda que mis padres habían construido para nosotros. Mi padre, el Dr. Horacio Miranda, un respetado p

cima de la vida cómoda y académica en la que nací. Recordé sus ojos hambrientos

nte timbre del teléfono de Gerardo. Lo buscó a tientas, sus ojo

rando una apariencia de control, aunque t

a arquitecta de gran parte de mi sufrimiento. Siempre fue la titiritera, moviendo los hilos de Gerar

de Gerardo, ahora ahogada, mientras discutía con Kiara. No esperé a oír más. Subí volando las crujientes escaleras, mis viejas heridas gritando en

ntes, luego retrocediendo. Se había ido

ba confundido. Tenía el diario. Y Kiara, su leal cómplice, ya estaba a la

d. Su incapacidad para confiar de verdad, su necesidad de controlar. Desmenuzaría

rincipio. La prime

Instalar App
icon APP STORE
icon GOOGLE PLAY