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onio con Rodrigo era mi salvación, pero descubrí que solo era una cruel trampa. Mi único prop
fermedad era una farsa, el infierno se desató. Mi padre me abofeteó, mi hermano me pateó brutalme
es grité con mis últimas fu
ra la loca, la deshonra, una
ónimamente las grabaciones a todos. Dejé que la verdad los destruyera y tomé e
ítu
ela
lvar a mi hermana. Ahora, estoy escapando. El asiento de mi auto me parece un pozo sin fondo. Mis manos tiembl
iel arde con la traición. Rodrigo. Verónica. Mi propia familia. El pa
. Mi padre, Héctor, el magnate del tequila, nunca me miró a los ojos sin que una sombra d
culpa, D
fue por t
Esa fue la verdad oficial. Pero para ellos, yo era la verdadera causa. Mi
ón encarnada. La heredera designada. La hija que todos amaban. Su ris
itados. Yo, con once años, la observé desde la distancia. Mi vestido blanco, sucio por un tropiezo, cont
tenía la
al de la familia. Una habitación fría y vacía. Nadie vino a verme. Ni siq
casa. Rodrigo, que entonces era solo un conocido de la familia, la visitaba a diario en su casa.
je diminuto en la fren
decía mi tía. "
ada. La muerte de mi madre, mi existencia misma, era un pe
a, Verónica me humilló fren
on una sonrisa dulce y maliciosa. "Es una historia tan trágica. Y
o del amor de mamá por papá. Por eso... por eso se fue así". La mentira, u
, con desaprobación. Me sent
ho años, decidí escapar de la hacienda por un momento. Necesitaba aire, lejos de las
noré sus comentarios, pero se acercaron más. Uno me arrebató la
aquí?", se burló uno, su a
y furioso. Sentí un miedo paralizante. Me empujaron de nuevo. Me resbal
r. Nadie más pasaba por ahí. Estaba sola. Sentí que mis dedos r
voz clara, fuerte
mpecable. Rodrigo Bárcena. El tiburón de los negoci
les. Uno cayó de un puñetazo. Otro, con una patada. En minutos, l
. Mis manos aún aferradas a la barandilla. Él me e
e. Sus ojos, profundos y serios, me miraron con una pre
lló a mi lado. Me sentí segura, por primera vez
como si la luz se filtrara en
El caballero de armadura brillante que me salvó de l
e me recordaba mi indignidad, me susurraba: ¿Cómo pod
nunca se
a de seguridad, todo se había desvanecido. No había sido mi héroe, sino el instrumento de mi siguiente tormento. Mi garganta se cerró, impidiéndome respirar, mientras el auto avanzaba sin un rumbo fijo. El dolor no era solo mío, sino también el de l
ma solitaria se deslizaba por mi mejilla, salada
anzas, solo el camino hacia un futuro incierto. La voz de Rodrigo retumbaba en mi mente, las palabras que una vez me parecieron promesas ahora eran cadenas. Cada latido de mi corazón era un tambor de guerra, resonando con la urg
destruya, me repetí, sintiendo
de mentiras y crueldad. Tenía que ser fuerte. Tenía que luchar. El camino por delante era largo y desconocido, pero por pr
oducía en mi mente como una película de terror. Pero en medio de ese torbellino de agonía, una chispa de fuego se encendió en mi alma. Ya no era la Daniela sumisa, la víctima silenciosa. Había
rometí, ajustando el
e mis hombros, pero en el horizon

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