a, pareció drenarse de mis venas
anta. Tropecé pasando a Alejandro, pasando a Belinda, pasando los restos de mi vida
érica, pero no me importaba. Irrumpí fuera de la oficina, medio corriendo, medio tro
ía merodeando por la emboscada orquestada de Belinda, me rodearon como buitres hambrientos. S
plagió diseños de un joven artis
ión financiera en Desarrolladora Juár
o a la asistente del señor Juárez hoy
! ¡Fraude! ¡
mí, cada palabra una piedra
ción-. ¡No es cierto! ¡Nada de eso! ¡Solo... so
ecesitaba verlo. Sostener su mano. Decir adiós. Pero no me dejaban. Mi lucha desesperada con
"! -gritó un reportero, empujando su teléfono en mi cara-. ¡Dic
ra su profesión! -intervino otro, haciendo eco de los
ombrío. Debía haberme seguido. Me agarró del brazo, su agarre fuerte, casi magulla
e. Tu padre... yo me encargaré de los arreglos. Pero ahora mismo, necesitamos presentar
lágrimas, se encon
muerto! ¡¿Y tú estás hablando de relacion
sculpándose con Alejandro, creyendo en su bon
quebrándose-. Solo... aléjalos de mí. Ne
algo parecido a la lástima, cruzó su rostro. Una pequeña chispa de esperanza se encen
entre la multitud, su rostro u
! ¡Todavía me están atacand
y se derrumbó dramáticamente
n sus ojos se desvaneció, reemplazado por la preocupación familiar y posesi
mi amor!
mirada sin encontrarse co
tia. Tú creaste este de
a fría, d
l hospital. Necesi
errada a él, su sonrisa triunfante oculta contra su hombro. Me
abía elegido. De nuevo. Sobre mi padre
sus risas burlonas. Respondí a cada una con una calma di
con su libra de carne, paré un taxi, mi cuer
davía apestando a basura. No me importaba. Tropecé por los pasillos, ajena a las m
dor de la estación de enfermeras-. ¿D
joven con rostro amabl
padre... fue llevado al crematorio hac
mi alrededor. ¿Cremad
s un sonido-. Pero... pero qu
movieron de un lado a otro,
milias esperan. Pero el señor Juárez fue muy insi
e cuenta de que tal ve
.. todavía están en la sala de es
por el
luntad. Caminé hacia la sala de espera,
o vendaje en el antebrazo. Se reían suavemente, sus cabezas juntas, una intimidad eléctrica vibra
desvaneció en un vasto vacío. No quedaba nada. No más lágr
rta de la aerolínea: "Su vuelo a Londres
ños Flores. Era una foto de las rosas que Alejandro había
s semanas. ¿De dónde vinieron estas rosas? Hay una tarjeta
ro. Aunque borrosa por el té que le había arrojado a Belinda, las palabras aún eran dolo
burlaban de mí. Escribí una
alas. Y la
se abrió y Belinda salió, una sonrisa de compli
la última vez que tendré que llamarte así. Alejandro aceptó el divorcio. Quiere

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