vista de
or un dolor punzante en mi sien. Mi mano voló a mi cabeza, regresando pega
a recostada en la cama, su rostro contorsionado en una máscara de pura rabia. Sus
o de esta mujer, después de lo que había soportado, después del sacrificio supremo que había hecho por ella
veo -dije, mi voz plana, desprovista de emoción-. Eso
ivilegio inmerecido me asfixiaba. Pero Aurora bloqueó la
tamente fuera de peligro. Carlos no te dejará -ronroneó, su voz go
cia la mesita de noche, ignorando las miradas furiosas de la señora Cantú. Tomé una bandeja estéril, mis mo
un agudo escozor floreció en mi mejilla. La señora
te el futuro de Carlos! ¡No eres más que una cazafortunas! Mi Aurora me contó todo sobre tu madre y tu
de mi vida, irrevocablemente perdidas, y ahora siendo calumniadas por esta mujer vil. Mi visión
Cantú. Mis dedos se apretaron, apretando. Sus ojos se salier
adre. Y tu yerno mató a mi hermana. Me quitaron todo. Y tú... mereces pudrirte en el infierno junto a ellos. -Mi agarre se apretó aún más, los f
y repugnante, mi cabeza se estrelló contra el yeso. Carlos estaba sobre mí, su rostro
ás de él, protegiéndolas. Su mirada, cuando se p
e eras una ingrata, pero esto... esto es imp
ima, se aferró a él, so
i madre, Carlos! ¡E
aba apretada. Me miró a lo
lpate.
, mi cabeza palpitando. Apreté
un
entas aparecieron al instante-. Llévensela. Llévensela a la bodega. Y asegúrense de q
donde tenía a sus Doberman. Bestias feroces y gruñonas, entrenadas para atac
e abrieron
! -Las palabras salieron desgarrad
omo bandas de hierro en mis brazos, arrastrándome fuera de la habitación. Luché, pero eran
uridad. Dos enormes Doberman, sus ojos brillando verdes en la penumbra, se lanzar
, más adentro del espacio cavernoso. Abrieron una pesada puerta de barrotes de hierro, empujándome dentro de u
ojos fijos en mí. Merodeaban fuera de mi jaula, su aliento caliente contra los barro
gas esto! -Mi voz era un gri
incipal, oí el sonido débil
Adelaida. No hasta que te
a encontrado un punto débil, un hueco en los barrotes. Su hocico se abrió paso,
o de alejarme. Pero su agarre era firme. Podía sentir sus dientes
e sangre, las lágrimas corriendo por mi cara. Marqué e
or favor! ¡Ayúdame! -Mi voz era un gemido ro
anquila entró en
ica, Carlos. No la escuc
tante y sin emociones-. Admite que intentaste matar a l
está rota! -Las palabras salieron desgarradas de m
ejando morir. Mi corazón se encogió hasta convertirse en una cosa di
desgarrando. Un dolor blanco y candente, luego un chasquido nauseabundo. Mi mano quedó inerte, colgando
tenso, demasiado abrumador. La oscuridad nadó ante mis ojos. Justo antes de desmayarme, vi a Carlos, su rostro pálido y ho
Lo siento mucho. No
a era una

GOOGLE PLAY