en la habitación, con los ojos encen
lejos de Damián-. ¡No te atrevas a tocar a mi cuñado! ¡Est
endía por qué Chloe, que a veces jugaba con ella, de repente era
ó Clara, su voz temblorosa-. ¡Papi nunca so
r de Clara, se ajustó la corbata. Miró a Chloe,
oteando una falsa dulzura, una imitación de su hermana mayor-.
mián, con lágrimas asomando en sus ojos
ro su silencio fue una afirmación ensordecedora. Les creía. Creía las m
s a Clara. -Tu mami es una mala persona. Se merece lo que le pasa. -
e centro con un golpe seco y nauseabundo. Un jadeo escapó de mis labios. Una mancha
por meses de rituales de drenaje y la reciente extracción de médula ósea, cedieron. Me derrumbé, mi cuerpo gritando en prote
d me consumiera fue a Damián de pie sobre Clara, su rostro una máscara d
a cabeza me palpitaba y cada centímetro de mi cuerpo dolía. La habitación era desconocida, escasamente
na voz suave desde
estaba pálido, pero sus ojos estaban claros. Tenía u
ré, mi voz ronca-. ¿Es
olió un poquito. Chloe me hizo tropezar. -Hizo una pausa y luego agr
ndo a su atormentadora, tratando de protegerme a mí, incluso en su propio dolor. Mi culpa e
última vez. Por Clara. Tenía que apelar al hombre que Damián fue una vez, al hombre qu
í de madera tallada que me había regalado en nuestro primer aniversario. Estaba escondido en un compartimento secreto en nuest
a caída, con la forma perfecta, y pasó horas tallándola hasta convertirla en un delicado colibrí, con las alas extendidas co
ces todavía había una pizca de esperanza. Una esperanza a la que me aferraría, por el bien de Clara. Estaba dispuesta a tragarme cada insulto, cada humillació
e la mansión. Me deslicé por los pasillos silenciosos, el único sonido el latido de mi propio cor
el aire. Mis ojos recorrieron los muebles familiares, buscando el compartimento secreto. Lo encontré, detrás de un panel su
estéril de mi desesperación. Quizás... quizás
urmullo de voces llegó desde el balcón contiguo. La curiosidad, o quizás una fasc
aba allí.
za acurrucada contra su pecho. Él la sostenía con fuerza, su mano acari
z un susurro bajo y seductor-. Eres ta
ve y tierno que no me había conced
mián, su voz densa de devoción, un tono que una vez c
e daba cuenta era una mentira monstruosa, tembló en mi mano. No solo me había olvid
-Y pensar -susurró, lo suficientemente alto como para atravesar mi frágil esperanza-,
os sobre la naturaleza manipuladora de Francesca, volvió de golpe. Lo habían visto, la verdad que me había negado a reconocer. Habían visto la obsesión ci
do. Golpeó con un crujido agudo y resonante, haciendo eco en la habitación sile
nte interrumpido. Sus ojos se clavaron en mí, de pie, congelada en el umbral, lo
mente en ira. -¡Elena! ¿¡Qué estás haciendo aquí!? -Su voz fue

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