ana
isa condescendiente. El juego continuó, un borrón sin sentido de ruido y risas forzadas. Unos minuto
sus ojos una vez
a sentarme allí y ver un segundo
as un susurro. Me levanté con piernas temblorosas y me alejé
gua fría en la cara, tratando de lavar la sensación de sus palabras, de las miradas de lástima de todos. Me dije a mí misma que
o someterme a más de esta tortura. Me escabulliría por
a lateral, oí voces provenientes del estudio contiguo. La
ejor amigo de Javi-. ¿Enfrente de todos? 'B
mi corazón latiendo
es con esta mierda de 'terminamos'. Es solo otro de sus
convirtió en hielo. Él pe
acilante-. Se veía diferente esta n
azando con romper para hacerme rogar, como siempre. Cree que puede controlarme. Bueno
ción. La humillación pública, las palabr
-preguntó Mateo-. ¿Vas a s
Ambos lo sabemos. En una semana, tal vez dos, cuando haya llorado hasta quedarse seca y se dé cuenta de que no voy a volver, apareceré. Di
erpo. Era más frío que el agua de la alberca, más frío
olo una estrategia. Una herramienta de manipulación. Un
is movimientos silenciosos y fantasmales. Me deslicé
sentir era el frío penetrante que parecía emanar de mis propios hues
ofre de su camioneta destartalada, viendo el atardecer. Me había mirado con tal asombro, como
dolor que se siente como si pudiera matarte físicamente. Me había acostumbrado tanto a su pres
stro amor se agrió en esta
Todo comen
lar las redes sociales con sus fotos. Odiaba el apego, pero la dejaba colgar de su brazo como un bolso de diseñador.
da vez que mi dolor fuera el catalizador para que él despertara y viera lo que estaba haciend
rsona que se ahoga. Fueron vistos como infantiles, molestos, predecible
do el camino a casa. Al acercarme a mi casa, vi la familiar camioneta de
te a él, de espalda
mano. El remitente era inconfundible: New York
saltó a m

GOOGLE PLAY