a Garz
rodi
a mucho más aterrador que su ira. La palabra quedó suspendida
corazón martilleando
o lo
n paso amenazador hacia
erro. Antes de que pudiera resistirme, uno de ellos me pateó la parte de atrás de las rodillas, forzándome a caer sob
ero largo y delgado. El que nuestro padre solía usar con los perro
ac
palda, el impacto me robó el aliento. El dolor fue inmediato y abrasador, una línea de fuego qu
, su voz un gruñido bajo desd
on de mis ojos, per
N
ac
apó de mis labios. Saboreé sangre cuando mis dientes atravesaron mi labio inferior. Sentí una hu
ió Carlos-. Helena se está
ac
. Siempre has
k. C
uvieran desollando. Mi mente comenzó a desconectarse de mi cuerpo, el dolor convirtiéndose
de María, ahogada en sollozos, vin
r la cabeza. Un guardia la arrastró, sus
ó de tener sentido. Todo lo que existía era el silbido del cuero,
que una pál
tituta s
lamarte ladrona.
mo que vi fue el charco carmesí extendiéndose en el suelo
o la agonía punzante y en carne viva de mi espalda. Pero el dolor físico no era nada comparad
Tanta
lando todo mal! -la ris
s leerme? Me d
. ¿Puedes traer mi
á deliciosa! Eres el m
umbante de Alejandro. Un sonido que so
ndose en mis palmas hasta sangrar, tratando de bloquear los sonidos de la vida que tan brevemente me habían permitido tomar prestada. P
ámina de fuego, cada movimiento un ejercicio de agonía. Aferrándome a la pare
ndo desde el vestíbulo,
nuevo frente a la costa -decía Alejan
e -sugirió Diego de inmediato-
ea -corearon
manos. Iban al mar. El mar, donde el aire salado se se
de repente llamó desde abajo. Me había visto-. ¡Fi
Debía verme espantosa. Estaba demacrada, el vestido que llevaba colgaba de mi esquelética fig
leras de un salto, su rostro un cuadro de inoc
a ver los delfines!
partar mi brazo, pero su
naron de lágrim
ndo de quitarte todo. Pero te perdono por lo que hiciste en la fiesta. Mi reputación está a
ctuación
e de las escaleras, su ro
Helena te está perdonand
lo que tú jamás se
ra de Alejandro, el desprecio de Diego, la decepción de Bruno, la fría indiferencia de Ca
yate. Dijeron que era pa
unda, decidió que quería una parrillada en la cubierta. Mis hermanos, a pesar de sus preocupaciones por su
a alergia severa a los mariscos. Nadie recordó que mi espalda era una
lejandro se encontró con la mía. Pareció
¿culpa? ¿preocupación?, en sus ojos-.
ement
gica a lo
encontrarme algo más para comer, pero justo en ese momento, una ráfaga re
ones calientes y brochetas en lla
s hermanos se arrojaron frente a Helena, creando un
errizó en el dobladillo de mi largo vestido de v
vió mis piernas. Grité, cayendo a la cubie
é y
ellos se di

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