ndro Montenegro, el despiadado magnate de la tecnol
nueva becaria, Valeria
on indiferencia- que
Toluca para darme una lección. Mis padres estaban atados y amordazados,
rité, rindiéndome. Pero fue demasiado tarde. Una cuerda deshilachada se rompi
ar era el día en que trajo a Valeria a casa. Esta vez, no lucharía contra él. Sería su esposa perfecta
ítu
ista de So
lejandro Montenegro, el despiadado magnate tecnológico con complej
que era mía. Tenía un novio, un hombre dulce y amable llamado Mateo que planeaba nuestro futur
El pequeño despacho de arquitectura de Mateo fue llevado a la quiebra por una serie de desastres planeados. Mi galería perdió su financiamiento de la noche a la mañana. El dueño del edificio donde viví
orbellino de lágrimas y resistencia. Luché contra él a cada paso. Su contacto se sentía como una marca de ganado, su presencia era asfixiante. Era impla
ón. Él acababa de regresar de una adquisición hostil, su traje todavía olía a victoria y poder. Ni siquiera parpadeó. Simpl
ivo, te encadenaré a mi cama y nunca más volverás a ver el sol. Si muero, mi testamento ase
a herida. Le impo
ban moretones en las muñecas. Lo decía después de destruir a cualquiera que se atreviera a mirarme por demasiado tiempo. -Eres mía,
e apartaban de mí, como un depredador vigilando a su presa más preciada. Veían cómo humi
astadoramente tierno. Recuerdo la vez que tuve fiebre, y él, el hombre que nunca dormía más de cuatro horas, se quedó a mi lado durante tres
repararme. Una mañana me desperté con el olor a cebolla quemada y lo encontré en la cocina, con una mancha de harina en su rostro de millon
o conocido. Al día siguiente, compró la galería entera y me la regaló. No solo la pintura. La galería e
ón que me había encantado en la universidad, y la tocó para mí en nuestro an
La jaula comenzó a sentirse como un santuario. Mi resistencia, desgastada por años de su implacable y absorbente atención, finalmente se desmoronó. Empecé a creer
mi mundo se
e años, con ojos grandes e inocentes y una sonrisa ingenua que parecía irradiar candor. Miraba a Al
puerta. Sus gemidos entrecortados y los gruñidos guturales de él eran una sinfonía de
ja, le peló la manzana e ignoró mi presencia por completo. Luego me sentó, con Valeria acurrucada
omo si discutiera el clima-. He
ra. La copa de cristal en mi mano se deslizó, haciéndose añicos en el suelo
e? -Mi voz era un s
por Valeria. Es joven, vibrante. Me recuerda a ti, cuando te conocí. -Sonrió, una sonrisa cruel y satisfecha-. Soy un hombre de grandes apeti
lágrimas nublando mi visión-. Lo prometi
endo las reglas
la de estar, rompiendo jarrones de valor incalculable, arrancando las cortinas de seda. Él so
hillé, mi voz ronca-
oz bajando a ese tono peligroso que
eque en blanco, rogándole que se fuera. Ella tomó el cheque, sonrió dulcemente y luego fue directamente co
ndo comenzó el v
eración no como el dolor de una esposa traicionada, sino como un desafío
ase media que solo habían querido mi felicidad, estaban allí. Estaban atados y amo
ía furia. -Me has hecho muy infeliz, Sofía -dijo, su voz resonando en el espacio c
os dos guardias que me sostenían-. Por favor, no
os usaré para darte una lección. Acepta a Valeria. Dale la b
ontrolablemente. -¿Dijiste que me amabas? -susurré, las pa
upidez. Nuestro contrato matrimonial, si recuerdas el artículo siete, subsección B, establece que cualquier acto de infidel
yendo sobre mí. Estaba citando cláusulas legales
y siempre serás, la señora Montenegro. La original. Pero un hombre puede
a, su rostro una máscara perfecta de preocupación con
práctico, como si estuviera dis
tu corazón como un dividendo de acciones? ¿Diez por ciento para ella
ré las consecuencias de tu desobediencia. -Hizo un gesto a uno d
ie
de mi madre eran un cu
ue
mis padres comenzaron a ba
favor! -grité, mi
aron con fuerza. Mis
ch
dientes de acero de la máquina b
rancadas de lo más profundo de mi a
áquina... era una cacofonía del infierno. Sus pies esta
Tr
Do
Un
na rendición final y desesperada-. ¡Acepto! ¡Haré lo que q
vo. Las cuerdas cesaron su descenso. Una sonri
tisfacción condescendiente-. Sabía que tomarías la
a sus hombre
ra soltar los arneses, una de las cuerdas, deshilacha
bitados de horror, cómo mi madre y mi padre se prec
rrador de la carne. El rugido del motor fue reemplazado por un ruido espantoso y triturador. Una fina niebla ro
de mis pulmones, de mi visión, de mi propio ser. Todo lo que podía ver era
lanco. Un torrente de sangre caliente y espesa s
acia adelante, mi concienc
El patrón familiar del papel tapiz de damasco, el aroma a lavanda y la costosa colonia d
tillas. Revisé frenéticamente mi cuerpo. No había sangre.
taba
dose en mi celular en la mesita de noche. Lo arrebaté, mi
alla se
la mirada, una brom
Alejandro trajo
n vívidas, tan reales. El sonido de la trituradora, la niebla roja, la fin
, presionando mis manos contra mi boca para sofocar el sonido. Estaban vivos. M
ue había reconstruido minuciosamente por Alejandro, el amor que él había traicionado ta
ntra él. No le daría la sati
él quería. Le dejaría tener a su preciosa Valeria. Dejaría
ídos con sus pequeños y enfe
, salí de la cama y corrí. Corrí fuera del penthouse, pasando junto
án, los vi a través de la ventana. Mi madre estaba regando sus premiadas rosas. Mi p
. Irrumpí por la puerta y me arrojé a sus brazos, aferrándome a
untó mi madre, su voz teñida de p
. -Tenemos que irnos -dije, mi voz urgent
confundido-. ¿Tú y Alejandro tuvieron una pelea? Ha
de Alejandro era un veneno amargo en mi boca. Había sido bueno. Hasta
saban que era mi salvador los había asesinado de la manera más horrible imaginable
en mí. Tenemos que desaparecer. Legalmente. Necesitam
nfianza entre padres e hijos, un vínculo más fuerte que el poder de cualquier multimil
exorbitante e irrastreable de una cuenta secreta que había abierto años atrás como un pequeño acto de rebelión.
s confines de la tierra. ¿Pero la muerte? La muerte era definitiva. Una muerte legal, una muerte falsa y ampliamente publicitada, cortaría sus lazos obsesivos
ré justo cuando Alejandro llevaba a Valeria a la
mo la seda-. Ven a conocer a Valeria.
elea, una repetición de la histeria qu
a zalamera que sería su cómplice. El dolor por mis padres era una pied
tranquila, serena y
tan suave y plácida como un lago