no pudo pagar. Mi padre, que nos había abandonado por
e trató de vender su riñón en el mercado negro.
s de que yo finalmente sucumbiera al c
e suplicaba, que su nueva familia tenía gastos, entregá
torce años otra vez, sana, viendo
esperando que el
drás que elegir con
do de mi madre. Me encontré con sus ojos llenos
jo a
ítu
a segunda vez que abrí los ojos, tenía catorce años de nuevo, escuchando
edad crónica. Mi padre, Claudio Domínguez, dejó a mi madre, Elena Moreno, sin nada más que a mí. La cortó por completo. Para él, una
rio, ni experiencia laboral reciente. Aceptó tres trabajos: limpiaba casas en San Pedro durante el día, era mesera por la noche y trape
s comida caducada del contenedor de descuentos de la Bodega Aurrerá y usábamos ropa de cajas de donación. El hambre era un
sentía como una espina en mis entrañas. Se había arrodillado en el frío y pulido piso de su opulenta oficina en un rascacielos de la avenida Lázaro Cárdenas, su voz quebrándose mientras suplicaba por la vida de su hija. Él l
fue suficient
cado negro. La estafaron, la dejaron desangrándose en un callejón oscuro sin
ue el
s, fue el
la que teníamos antes del divorcio. La luz del sol entraba a raudales por la ventana de la sala, iluminando las mot
mis padres. Los papeles del divorcio estaban extendidos sobr
tensa por la impaciencia-. No hay nada más qu
sos y desgarradores de alguien cuyo mundo se estaba derrumbando. Sus hom
susurró-. No hagas es
un futuro que aún no había ocurrido. Las manos de mi ma
enía la oportunidad de detener la
costillas. Pero no era el corazón de una niña de catorce años. Era el corazón de un alm
orgullo no llena el estómago. Lo
a grotesca, una traición a todo lo que una h
-. Se trata de mí. Se trata de Karla. La amo. Deb
apuros de una familia pobre, inadecuada. Había arreglado el matrimonio de Claudio con mi madre, Elena Moreno, una mujer dulce y amable de una familia respetable, aunque no rica. Estaba destinada a ser una esposa plácida y adecuada para
udio era finalmente libre de perseguir al fantasma de su primer amor. Estaba
a era apenas audible-. Quince
ado. No podía esperar para salir de esta casa, lejos de esta vida, y
ada de preocupación paternal. Era una mirada que yo sabía que era completament
ero tu madre y yo... simplemente ya no podemos estar
limpio para él. Una ruptura limpia. Podría pagar su pensión alimenticia, verme los fines de semana y
imas pero también con una esperanza desesperada y aferr
el frío. El hambre. La sensación de las sábanas del hospital, delgadas y ásp
volviera a pasar.
de dolor y autodesprecio. Me puse de
a pap
suspendidas en el aire
que siguió f
fijamente, con l
é di
speranza en sus ojos parpadeó y murió, reemplazada por una mira
íos y firmes. Tenía que ser fuerte. Te
-repetí, mi voz cl
re. Se tambaleó en el sofá, su mano volando hacia
ró, su voz un hilo
nita de mi padre. Me incliné, mi rostro cerca
cada sobre su pecho-. No quiero ser pobre. No quiero pasar hambre. No quiero viv
ría todo, como antes. De esta manera, estaría libre de la carga de una hija, libre
é y miré a
a irme cuando tú
damente reemplazado por una ola de alivio tan profunda que era casi c
e, alisando s
maleta, Alexia. Solo lo esencial por a
lamada, ya pasando a lo siguiente. No m
ortada de mi madre llenando el silencio. Podía sentir su dolor com
la vuelta
u rostro, m
imientos rígidos y robóticos. Detrás de mí, escuché un sollozo ba
de nuestra s