Sofía T
respondiera, que usara la defensa personal que había practicado rigurosamente para ponerlo de espaldas. Pero no podía. Una pelea pública no solo d
de una sonrisa triunfante en sus labios antes de que fuera reem
rrepentimiento?- cruzó su rostro. Había expuesto su verdadera naturaleza en una sala llena de la gen
eonardo... m
e había ido. La rodeó con un brazo protector, mirándo
y curiosidad morbosa. No veían a una víctima. Veían un problema
na mujer a su acompañante, sus ojos llenos d
estaba despla
a -ordenó Leonardo,
ada de ejecutivos junior, se
viño, di
es al m
ecido por sus errores, por sus humores, por su violencia. Me había disculpado por existir demasiado ruidosamente, por
m
, bajando la voz a un
será olvidado. Te daré todo lo que puedas desear. El apellido Garza, un lugar en la
un ápice de miedo. Sostuve su mirada, dejándole ver el
za, un claro y resonante toque de trompeta cortó
o derecha de Humberto Garza, el Heraldo de la compañía. Sus ojos recorrieron la sala y se posaron en mí, abriéndose ligeramente al ver la brillant
orber la luz a su alrededor. Su cabello era tan oscuro como el de su hermano, pero no había calidez en su rostro, solo ángulos agudos y
piró alguien, su voz
n. Se movía con una gracia silenciosa y depredado
jilla, y por una fracción de segundo, su fría compostura se resquebrajó. Un músculo en su mandíbula se
urmullo grave, desprovisto de emoción, pero llev
roto de Leonardo, su rostro una máscara de furia fría, sus manos manchadas con la sangre de su propio he
ro era mi mentira para contar. No le daría a Leonardo la satisfacci
onardo, dando un paso adelante para reclama
no lo silenció con una sola y aguda mirada. El ho
de Bruno per
o, su voz suavizándose casi imper
ada a Leonardo, pasé junto a él, con la cabeza en alto.
urmurar a Leonardo a Jimena mientras pasab
ia sería su