con una sonrisa alegre pegada en su rostro. Tarareaba mientras volte
voz brillante-. Hice tus favori
ura que ahora era obscena. Sentí que
inuó-. Solo nosotros dos. Un hermoso
mi voz fr
do sobre el sartén. Me miró fi
Qu
a ningún lado
scara de preocupación. Se agachó, tomando mi mano i
su voz un murmullo bajo y tranquilizador-. Lo sie
rada que me había dado en el hospital hace cinco a
sayuno que María me había dejado, igno
areció decidir que lo había perdon
me-. Vamos de compras. T
te me arras
estaban sentados en
se hundió.
los ojos-. Y la señorita Camacho necesitaba comprar algunas cosas
retrovisor por una fracción de segundo, una m
una pasajera silenciosa y reac
, llevándome a las tiendas más caras. Me compró vestidos,
nada es -dijo una de ellas con
a y dolorosa. Me adora
un collar de zafiros, una expresión de crudo anhelo en su rostro. Provenía de una familia adinerada, p
ada. Vio la expre
gresó con una pequeña caja
rcó a
si estuviera molesto-. Pruébate esto. Necesito v
s rozando su piel. Era una mentira, una excusa delgada y pa
ar dentro de mí. Todo era t
de la tienda. Ya no pod
esperando que el valet traj
o, dobló la esquina chirriando. Estaba fuera de
ándida, que acababa
ax se puso bla
IDA! -
ino. Estaba de pie a mi lado. Me empujó, con fuerza. Tr
arme. Lo hizo para q
a, empujándola fuera de
uficienteme
ndo de metal contra carne. Voló por el aire, at
gente gritaba. El coche depor
oblada en un ángulo antinatural. Sus ojos e
mirando más allá de mí, a Cándida, qu
z un susurro dolorido-
de latir. En ese momento, viéndolo yacer roto e
que me quedaba por él murió. Se
tal. No llamé a
nto, mirando al hombre qu
i la vuelta
ban en la mía. Miré la marca oscura en
pecho, un dolor profundo y hueco que