ado a mi madre. Corrí a la sala de urgencias, solo para encontrarla gr
"¿Tanto alboroto por nada? Estaba en media junta". Luego, de forma increíble, defendió al perro, César, que per
ocupación mientras me lanzaba una sonrisita triunfante. Constantino la rodeó con un brazo, declarando: "No es tu culpa, Regina. Fue un accidente". Luego
su funeral, escogía su ropa para el entierro y escribía un panegírico que
en mano y la leyenda: "¡Viviendo la buena vida en las Maldivas! ¡Los viajes espontáneos son lo mejor! #bendecida #singapur
rodillada ante la tumba de mi madre, finalmente lo entendí. Mis sacrificios, mi trabajo duro, mi a
ítu
silencio de mi oficina. Era una
ienes que venir rápido!
o resonando en el silencio repentino. Murmuré algo, un gracias
dajes blancos, pero la sangre ya se filtraba, manchando la tela de un rojo a
rré, con la
ue una mueca. "Está bie
ida era profunda. Estaban pr
, con su traje carísimo sin una arruga, su cabello perfectamente p
por nada? Estab
i aburrido. Me crispó l
Constantino. Era e
a. La mujer que me miraba como si fuer
suavizó, pero no por preocupa
s juguetón. Seguro
que oía. ¿Juguetón? El doctor había usa
o. "Regina nunca dejaría que lastimara a nadie a propósito. De todos modo
iré el rostro pálido de mi madre y lueg
cariciarlo. Simplemente
jos muy abiertos por una falsa preocupación. Corri
to fatal. César nunca había hecho
ta cuando Constantino no miraba. La mira
n brazo. "No es tu culpa,
ese importante viaje de negocios a Singapur. No puedo cancelarlo. Asegúrate
arse en mí. Era el tipo de sil
a ir?", pregunté,
les de millones de dólares, Jimena
las pequeñas grietas en mi corazón qu
tino", dije suaveme
viera haciendo una escena. "Esa es
cendiente en el hombro. "T
de los hombros de ella mientras se secaba los ojos secos.
fección se había extendido. Su fiebre se disparó. Los méd
esa
de las máquinas se detuvo. El único sonid
. Lo intenté de nuevo. Y de nuevo. Sin respuesta. Su teléfono estaba apagado
co que no me atreví a leer. Mi madre había estado tan emocionada por la boda. Ya se había comprado su vestido, uno hermo
familiares es
se cabrón de Constantino?", escupió
tá en un viaje de negocios. No lo sab
ndo. Me estaba mi
era querido. Me paré junto a su tumba, el viento frío azotando
én removida. Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Era una notificac
laron al abrir
na. Él la tenía rodeada con el brazo y ella se reía, sosteniendo una copa de champaña. La leyenda decía:
o enterraba a mi madre, él estaba en unas vacacion
deando en busca de aire, con el estómago revuelto. La traic
ra una mentira. Su preocupación, su
la tierra. La pantalla de mi teléfono estaba borrosa por mi
n la voz ronca. "Siento mucho
hasta mis huesos. Cuando finalmente me levan
ma vez, su rostro son
mi voz clara y firme. "Él no
tonces, un voto silenc